No siempre es una puerta la que se abre, a veces, el tiempo, bendito tiempo o puto tiempo que dice “la Belén”, te da más oportunidades de las que puedes sobrellevar. A veces, el tiempo es hermoso, te abre ventanas antaño cerradas, te enseña caminos entre la hierba alta, frondosa y fresca, que siempre habían estado cerrados pero por donde se puede divisar una inocua senda que te lleve a la felicidad mas tremenda, esa felicidad de la que hablan los libros, las historias de amor donde todo sale bien y los finales son felices, a esa felicidad que para la gente normal no existe en la vida real. A veces, no una ni dos sino varias ventanas son las que se abren ante ti con una sinuosa fragancia alrededor pintada de hastío y embriagada de fina esperanza. Son tantas las posibilidades, que un corazón sombrío como el mío no sabe que probar primeo, si el rojo de la pasión inimaginable en una noche de alcohol incesante, la fría calma de unas piernas que recorren mi tediosa imaginación esperando a encontrar unas escaleras por el camino para poder mirar por debajo de la falda de mi melancolía y mientras sube al cielo de mi cama, ya vacía por tantos años; o en cambio, esa melena rubia, tan prohibida como deseosa, tan esmerada y tan bella que solo pensar en ella me hace daño, que sólo imaginarla me produce una fiebre tan pueril que me transporta a los años en los que una mujer sólo era un mero entretenimiento y no como ahora, que se ha convertido en una forma frívola de llenar mi vacío pensamiento, carente de imaginación y, a la vez, de pasión.
Rojo, negro y amarillo, el rojo de un atardecer en el invierno, el negro de la noche que se cierne en mis entrañas y el amarillo de un sol que renace un día tras otro, se abre un arcoíris de preguntas, gracias al tiempo, cuestiones que me sobrepasan de una manera atronadora y estridente. Se forma en el horizonte un cúmulo de estratos intransigentes en el que seguramente yo saldré perdiendo y donde la razón, mi razón, tendrá poco que decir. El tiempo elegirá por mí.