martes, septiembre 29, 2009

El otoño de un guerrero


El otoño ha entrado como un vendaval, como un puñal que se alza cortando el mismo cielo; y mi corazón en horas bajas. Las tardes se hacen oscuras, los días grises y opacos, y la lluvia, que tanta tranquilidad me dio en antaño, ahora, me deja el corazón en cueros y el alma calada hasta los huesos. La soledad me vuelve a abrazar con la fuerza de una pitón retorciéndose sobre mi cuerpo cansado y exhausto de luchar en la noche contra los fantasmas que amenazan mi paz.

El otoño ha vuelto y esta vez es más poderoso que nunca y por mucho que me abrigue cuando duermo un frío aterrador me recorre la espalda; y por mucho que me cubra la cabeza y me sumerja en la oscuridad infinita me siguen acechando esas extrañas siluetas en la penumbra. Siluetas con forma de mujer que cuando me tocan no las puedo reconocer, quizás fantasmas del pasado que vienen a atormentarme, pero… por más que esgrimo mi espada con toda la fuerza de mi alma no logro volver a descubrir mi cabeza hasta encontrar esa luz candida y hermosa que me llenaba de quietud, así continuo en la oscuridad, mirando de reojo las puertas del abismo, una ventana a los infiernos que con toda su crudeza me empuja hacía lo más profundo del averno.

A veces, mientras dura la lucha y en medio del fragor de la batalla, una voz tan viva y pura como era mi alma antes de ennegrecerse me llama susurrando mi nombre y siento una neblina, un leve rocío que me llena de esperanza, y de vez en cuando alguna de las siluetas se vuelve blanca como un ángel que desciende al centro de mi imaginación, descubriendo unos ojos que miran a lo lejos, unos grandes y marrones, mejor dicho, unos grandes y otoñales ojos que me miran mientras extiende su mano. Intento llegar, intento encontrar sus finos dedos en la oscuridad, esquivando golpes, siendo un buen soldado, como un guerrero feroz pero cuando más camino recorro, más lejos parece estar, hasta que su figura blanquecina se pierde en la luz a lo lejos llevándose su dulce susurro con ella.

Y todo termina de repente, todo acaba en un momento, la oscuridad se pierde, las siluetas se dispersan, el frío se vuelve calor, el mundo sigue rotando y a mí sólo me queda un alarido atronador que nace de mi alma, otra vez derrotada que se pierde en la noche como el humo de un cigarro. Me vuelvo a sentir solo, vuelvo a sentirme como el ciervo que no encuentra una corriente de agua en la espesura del bosque, sediento en un desierto oscuro, mirando a los lados sin encontrar a mi alrededor unos ojos grandes y otoñales a los que mirar, a los que dedicarles un simple te quiero; no hay una mano a la que aferrarme, unos brazos a los que pueda agarrar para no volver a caer en el abismo del olvido, tan sólo la duda de si esta noche tendré una nueva batalla, a sabiendas de que ya está perdida…

sábado, septiembre 12, 2009

Un año más...

Ya pasó, ya se fue, ya se marchó ese día en el que todo se hace posible simplemente porque se conmemora algo tan hermoso como un nacimiento, y si miro atrás y veo lo que el mundo, tan opaco y tan extraño para mí, me ha deparado pienso que la belleza, la grandeza de vivir a veces se hace tan dura que es mejor no celebrar nada, aunque siempre hay gente que lo hace por uno mismo. Si cuento las veces que mi corazón se sintió un extraño en este mundo de locos o el número de mujeres con el cabello lacio y los ojos de un gris tan profundo como la oscuridad de mi alma me usaron como un pañuelo que cura casi instantáneamente los dolores del corazón o las ocasiones en que yo me he servido de noches desconocidas para salvar la soledad que habita en mi cama, me da por pensar que este mundo, sobre todo de noche, es un lugar inhóspito y tedioso. Y cuando las caricias ya no funcionan y los besos empiezan a saberte a un amargo triste y gélido todo cambia de color.

En este día siempre sigo el mismo ritual, intento aislarme todo lo que puedo, quizás releer algún libro de García (siempre opto por “Cien años de soledad”), media botella de un brugal de quince años y una ventana sucia por donde mirar el mundo que hay fuera sin que me produzca urticaria tocarlo. Pero no todo es malo. Hay cosas buenas.

Siempre suelo recordar a una mujer, cómo no, sino fuera por el amor nada tendría valor y el yugo de vivir se haría tan pesado para mí que la cuesta sería demasiado empinada para subirla sin desfallecer en el intento. Como iba diciendo, tengo el recuerdo de una mujer, yo era todavía un chiquillo y ella una mujer, muchas tardes estaba en un parque que hay detrás de mi casa, sentada en el césped, descalza. Ese simple hecho me fascinaba, tenía unos pies pequeños con unos deditos casi diminutos pero que me resultaban hermosos; no recuero que leía pero sí que lo hacía muy lento, siempre llevaba el cabello recogido y con unas gafitas de color negro que le daban el toque morboso de bibliotecaria atractiva, las mejillas sonrosadas y azul intenso en los ojos que me enseñó a amar el mar y desear el océano, sólo la vi un par de veces pero fue mi primer amor (yo fui muy precoz) y aún hoy perdura su recuerdo en mí.

Es una historia sin más y no sé porque la recuerdo siempre que cumplo años, quizás se hizo costumbre sin darme cuenta, quizás se hizo amor sin quererlo pero recordar esto me da la ilusión para afrontar un nuevo año, porque en mi interior está el deseo ferviente, el anhelo o la esperanza de que por ahí anda una mujer que se descalza para leer o que pasea por una playa o que se para en todas las floristerías olisqueando los lirios que se encuentra a su paso o que baila en una fiesta con un vestido blanco o está tocando una guitarra en una manifestación o comprando detergente en un supermercado o simplemente que está viviendo esperando a que yo llegue a su encuentre, porque a veces el hado es inteligente y nos prepara antes para nuestro destino, y por ende, el sino del ser humano es amar y cuando encuentre esa otra parte de mí ya veremos que ocurre, pero mientras, seguiré esperando y para no desaprovechar el tiempo seguiré creciendo (esa es mi promesa) seguiré intentando ser mejor persona, con mis mil y un defectos y mis seiscientas cualidades, seguiré luchando por ser un poquito mejor mientras ando este camino hasta que encuentre la luz y el gris se pierda, y entonces, me doy cuenta de que el día se ha acabado y la vida seguirá su curso, inamovible, con la determinación de un reloj suizo, con su lógica y sus leyes, con sus milagros y sus tristezas y es cuando pienso que para todo lo demás Feliz Cumpleaños…

miércoles, septiembre 09, 2009

Al día siguiente (continuación) Por Eva.

Eva:
Parece que pasó la época en que te daba miedo vivir, se acabaron aquellos días en los que vivías encerrado en tu casa de cristal mirando la vida pasar, siendo pasajero de un tren que nunca iba a ninguna parte sólo daba vueltas de un lado para otro, siendo espectador de una película en la que el final estaba por escribir.
Dani:
No es para tanto, y ahora duérmete
Eva:
¿Sola?
Dani:
(Titubeaste por un segundo) De momento sí.

Pasaron los días y cada vez me sentía más orgullosa de ti, te veía ir a trabajar, madrugabas y me hacías el desayuno, me lo dejabas todo hecho y una rosa diferente cada día al lado de mi almohada junto con un beso ardiente en mi frente. Me sentí tan orgullosa, tan feliz de ver la clase de hombre en la que te habías convertido. Mantenías esa mirada de niño triste, esa carga melancólica aún no se había ido de tus ojos, y a pesar (perdona por esto) de no ser muy guapo resultabas tan atractivo, tan magnético que si quisieras podrías atrapar a cualquier mujer con una fuerza desgarradora, y a la vez, tan inocente que toda señal se te escapa entre esos ojos achinados.

Pasó una semana y dejaste de trabajar. Durante algunas noches te quedaste a mi lado esperando a que el sueño me venciera y, a veces, en mitad de la madrugada te sentía desde la puerta velando para que nada me perturbara, después de rogártelo dejaste de dormir en el sofá con la condición de que saliera de tu castillo de cristal particular. Aquella mañana el sol relucía con la misma vitalidad con la que despertaste, al verte vestirte me di cuenta de que ya no eras aquel niño dolorido del que casi me enamoro en Lisboa, de que te habías convertido en un hombre capaz de soportar el sino de la vida y de cargar a tus espaldas el peso de un mundo que nunca es justo para nadie y eso te hacía más interesante todavía.

Al poco de despertar me llevaste a un valle precioso, lleno de flores, de arboleda y de olor a hierba fresca, me diste una corona de flores y me dijiste que por un día imaginara que era una princesa y que aquél era mi reino, que por un día todo aquello era mío, desde mis pies hasta donde la vista me alcanzara. Tomamos asiento a la orilla de un lago precioso y allí permanecimos, en silencio, tú escribías en tu cuaderno y yo te miraba, embelesada y embriagada, quizás porque lo necesitaba, quizás porque aquel día me terminé de enamorar de ti, de tus poemas sin sentido, de tus ojos tristes y tu boca pequeña, pero sobre todo de tu ternura, de esa cualidad que muy pocas personas poseen y que casi nunca la aplican a la vida como lo haces tú, a tus gestos tiernos, a tus besos aún más tiernos, a tus caricias y a la forma de mirar que tienes.

Cuando me pediste que escribiera esto, sabía perfectamente que querías saber que sentía, y sé que omitirás algunas partes, pero lo que siento aún me queda por decírtelo… El resto de la historia termínala tú.


Fmdo. Eva

¿Continuará…?