sábado, enero 30, 2010

Pausa.

Hace tanto que la vida no me da un respiro, tanto hacía que cenicienta no se saltaba el toque de queda para quedarse a mi lado mirando las estrellas bajo el frío de enero. Tanto hace que no caminaba bajo la lluvia intentando coger gotitas con la yema de los dedos mientras el aguacero me calaba el corazón con alegría en forma líquida. Tanto ha pasado, tantos días en los que nunca me ha dejado de preocupar si la ventana estaba sucia o si los cristales en mis retinas eran de la graduación adecuada, muchas semanas, meses, incluso años podría decir en los que empañar el espejo era una costumbre y no la necesidad de estar caliente; hacía tanto que no escuchaba latir mi corazón a un ritmo normal, a un son normal. A sabiendas de que pronto la vida entrará en otra caótica espiral de subidas y bajadas, porque eso es vivir, y consciente en todo momento de que mi destino no es vivir si no naufragar en el mar del tiempo y el espacio sin una dirección o remite claro, y ahora que tengo un hogar, ahora que todo anda pausado, que la rutina forma parte de mi vida echo de menos ser un vagabundo.

Había olvidado lo hermoso que era echar el freno, la grandeza de cerrar los ojos y escuchar como te habla el mundo con sus ruidos, sus murmullos, toda su parafernalia intensa y anodina. Había olvidado el olor a hierba fresca del parque, el ladrido de un perro a medianoche, el escándalo de unos niños en la sobremesa. Había olvidado lo que era escribir en un cuaderno con el sol golpeándote el rostro o como es el canto de la luna al mar en una noche despejada, la sensación de llevar arena en los zapatos o el picor de un jersey de lana, cosas nimias, cosas vulgares que nadie tiene en cuenta, pero que a mí me dan la vida, me recuerdan que no soy Dani, que no soy hombre, que no soy escritor, vigilante, hijo, hermano, que no soy nada de las cosas que me definen, simplemente, me recuerdan que soy un ser humano, y a veces, recordar que sólo soy un ser vivo más, me da la paz que tanto añora mi corazón.

Queda lejos Lisboa, sus noches de fado, tapas y vino, y a pesar de que aún esbozo una sonrisa cuando lo recuerdo, dejo encerrados aquellos momentos con una lágrima en el corazón y un leve síntoma de felicidad en la memoria. Arrinconados en un algún lugar de mi mente guardo como en un desván los fines de semana en Londres. La lluvia, el rojo de los teléfonos y los besos a la hora del té, escribir en un hotelito de la campiña francesa asomado a la ventana y un cuerpo desnudo al tras luz que, a veces, tapaba las goteras de mi corazón. Atrás se quedó las risas en los cafés de Ámsterdam, atrás quedó todo, al menos, por ahora.

Y volviendo al ahora, al día de hoy en el que veo amanecer y me siento vivo, en el que al dar las doce te veo a mi lado sin carroza pero con la diadema de princesa en la mirada; ahora que el vaho de mi respiración huele a vivo y siento el aire frío corretear por mis pulmones no siento despecho, no siento cabezazos en la pared ni inquietud por contar las horas que faltan para volver a ladearte el pelo de tu rostro inmaculado, ahora que el sabor de un beso sólo sabe a ti y que con un apretón de manos eres capaz de disipar todos los fantasmas que hay en el fondo de mi armario, ahora que el día es luz y la noche oscuridad siento tranquilidad, siento vida, siento amor.