Estás serán las últimas
palabras que escribiré este año. Romperé la regla de hacer balance
y resumir todo aquello que aconteció este año, prefiero quemar con
fuegos azules sobre el papel mi último recuerdo, para decir adiós a
este año que ha convertido en costumbre que la vida no mejoré.
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Abrí la ventana
despacio, ya era muy tarde, para que el ruido no despertara a nadie.
Hacía frío a pesar de no sentirlo, me apoyé en el quicio de la
ventana y encendí un cigarro. La noche estaba tan clara, llena de
purpurina azul brillando a lo lejos, tan hermosa que me sentí muy
pequeño. No quería recordar o analizar aquella noche, solo olvidar.
Miraba como mi cigarro se iba consumiendo poco a poco y como avanzaba
el ámbar, tan lento, tan suave, volví a pensar en tantas cosas.
Años hacía que no me sentía así. Mucho tiempo, no contabilizado,
en el que no lloraba. Volvió a mí, calada a calada, aquella
inseguridad, esos 15 o 16 años, cuando el mundo me aterraba, volví
a sentirme aquella persona solitaria y mientras el humo se desvanecía
grisáceo por la ventana todos mis logros y mi experiencia, mis
fracasos y mis dolencias no sirvieron de nada.
Asumía por momentos que
me gustaría ser esa ventana, estar allí contemplando el mundo
pasar, siempre con vistas a aquel cielo hermoso y grande, pero
respirar me hacia aquello imposible. Acabé mi cigarro y regresé a
mi cama, el lugar donde siempre acabo. Continuaba sintiéndome aquel
crío, impaciente y tierno, que empañaba los cristales para no
reflejarse en ellos y se escudaba en las canciones de los cantautores
de turno. Me cubrí con el edredón y pensé que llegar tarde a todos
los sitios podría ser no ya mi culpa, ni culpa de la vida, más bien
que hay personas que están destinadas a llegar tarde siempre.
Cerré los ojos y me
imaginé unos ojos grandes dentro de una luna inmensa con una sonrisa
que no tenía fin, y pensé que importa llegar tarde o a tiempo, si
siempre que llego no hay nada en el lugar al que voy. Robé unos
versos de una canción: “Si yo fuera una
ventana y tu la lluvia que lavara mi
dolor” y de verdad que quise ser aquella ventana, pero
acabe por ser el dolor.
Y entre tanta tristeza,
mirando el reloj, ya sabía que volvería a llegar tarde, intenté
con todas mis fuerzas ir hacia aquel sitio en donde con observar me
bastaba, en que una melena rizada era todo mi deseo pero no resultó.
Y como siempre sospeché, nunca supe retirarme a tiempo, pero cerrar
recuerdos se me daba casi también como encontrar almas apenadas en
las barras de los bares.
Y en el último intento,
en ese justo instante en el que tantas veces tuve que pedir perdón,
por sentir el amor que siento, tan obsoleto y anticuado, donde en
cada disculpa se me iba un pedazo de corazón, sin llegar siquiera
ese abrazo o el beso maldecido que me liberara del hastío incrédulo
y de las noches solitarias, acababa por volver a las
cicatrices que me persiguen disfrazándose de pasado, sin balcones de
ojos de gata y sin flores de un día que no lloraban, que no dolían.
Conseguí dormir, creo.
Intenté soñar, con aquellos brazos llenos de fuego, sabiendo que
había perdido aquel alivio que nunca volveré a tener. Entre sueños,
pensaría que soy el dramatismo en persona, y seguro que allí volví
a escribir poemas, algunos con tu nombre, pero todos sobre ti,
pasaría la noche lejos de tu regazo y llegaría el día, a sabiendas
de que mañana volvería a llegar tarde.