domingo, diciembre 29, 2013

Volver a llegar tarde

Estás serán las últimas palabras que escribiré este año. Romperé la regla de hacer balance y resumir todo aquello que aconteció este año, prefiero quemar con fuegos azules sobre el papel mi último recuerdo, para decir adiós a este año que ha convertido en costumbre que la vida no mejoré.

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Abrí la ventana despacio, ya era muy tarde, para que el ruido no despertara a nadie. Hacía frío a pesar de no sentirlo, me apoyé en el quicio de la ventana y encendí un cigarro. La noche estaba tan clara, llena de purpurina azul brillando a lo lejos, tan hermosa que me sentí muy pequeño. No quería recordar o analizar aquella noche, solo olvidar. Miraba como mi cigarro se iba consumiendo poco a poco y como avanzaba el ámbar, tan lento, tan suave, volví a pensar en tantas cosas. Años hacía que no me sentía así. Mucho tiempo, no contabilizado, en el que no lloraba. Volvió a mí, calada a calada, aquella inseguridad, esos 15 o 16 años, cuando el mundo me aterraba, volví a sentirme aquella persona solitaria y mientras el humo se desvanecía grisáceo por la ventana todos mis logros y mi experiencia, mis fracasos y mis dolencias no sirvieron de nada.

Asumía por momentos que me gustaría ser esa ventana, estar allí contemplando el mundo pasar, siempre con vistas a aquel cielo hermoso y grande, pero respirar me hacia aquello imposible. Acabé mi cigarro y regresé a mi cama, el lugar donde siempre acabo. Continuaba sintiéndome aquel crío, impaciente y tierno, que empañaba los cristales para no reflejarse en ellos y se escudaba en las canciones de los cantautores de turno. Me cubrí con el edredón y pensé que llegar tarde a todos los sitios podría ser no ya mi culpa, ni culpa de la vida, más bien que hay personas que están destinadas a llegar tarde siempre.

Cerré los ojos y me imaginé unos ojos grandes dentro de una luna inmensa con una sonrisa que no tenía fin, y pensé que importa llegar tarde o a tiempo, si siempre que llego no hay nada en el lugar al que voy. Robé unos versos de una canción: “Si yo fuera una ventana y tu la lluvia que lavara mi dolor” y de verdad que quise ser aquella ventana, pero acabe por ser el dolor.

Y entre tanta tristeza, mirando el reloj, ya sabía que volvería a llegar tarde, intenté con todas mis fuerzas ir hacia aquel sitio en donde con observar me bastaba, en que una melena rizada era todo mi deseo pero no resultó. Y como siempre sospeché, nunca supe retirarme a tiempo, pero cerrar recuerdos se me daba casi también como encontrar almas apenadas en las barras de los bares.

Y en el último intento, en ese justo instante en el que tantas veces tuve que pedir perdón, por sentir el amor que siento, tan obsoleto y anticuado, donde en cada disculpa se me iba un pedazo de corazón, sin llegar siquiera ese abrazo o el beso maldecido que me liberara del hastío incrédulo y de las noches solitarias, acababa por volver a las cicatrices que me persiguen disfrazándose de pasado, sin balcones de ojos de gata y sin flores de un día que no lloraban, que no dolían.


Conseguí dormir, creo. Intenté soñar, con aquellos brazos llenos de fuego, sabiendo que había perdido aquel alivio que nunca volveré a tener. Entre sueños, pensaría que soy el dramatismo en persona, y seguro que allí volví a escribir poemas, algunos con tu nombre, pero todos sobre ti, pasaría la noche lejos de tu regazo y llegaría el día, a sabiendas de que mañana volvería a llegar tarde.  

martes, diciembre 24, 2013

Ilusión, milagros y fantasmas

De cristal opaco, soplado con dulzura al más dulce de los fuegos, están hechas las ilusiones, llegan hasta el agujero donde se guardo las noches con etiqueta de olvido, puesta en rojo y anudadas con una cuerda de guitarra hecho de cabellos negros. Es esa ilusión que guardo en el fondo del corazón con el color oscuro de mis lágrimas que serpentean y retuercen mis palabras, tanta luz en mi cabeza, tanta poesía en mis labios y no sé por qué sigo bebiendo de los atardeceres sombríos. Será mi corazón ese agujero donde arrojo todo aquello que ya no necesito esperando que un milagro ocurra algún día, que la noche cambie de opinión y mi alma se haga diurna o mis lágrimas diáfanas.

Son todos esos fantasmas, los que viven y los que no, dentro de mi armario, algunos perdidos bajo mi cama, otros viven dentro de ella, pero los que asustan son los que tengo bajo la piel, sintiendo en cada latido mis oscuridades, pesadillas, miedos y fracasos. De ellos aprendí a ocultar mis cicatrices, aprendí a huir en amores fracasados, y a veces, siento, que todavía, amor mío, tengo ese demonio en el hombro.

A medias, sé que vivo entre ese mundo de fantasmas y cicatrices, inseparable el uno del otro. Alimentados unos por ilusión, los otros por el amor, todo el que desperdicio, todo el que se escapa en el vertedero al que una vez llamé corazón. Siendo especial, de vez en cuando, amante algunas noches y otras simplemente la carnaza para mis tropiezos.


Siempre anochece, y mientras sea así, siempre tendré un lugar donde volver, siempre estará ese mundo donde puedo cerrar los ojos y todo es especial. Al pasar el dedo, noto el surco que dejan las cicatrices, las hendiduras sobre mi piel. Siempre habrá donde volver, siempre habrá fondo de armario, siempre habrá una cama y siempre existirá un demonio sobre mi hombro.  

sábado, diciembre 14, 2013

Musa

Aparece, cuando ella quiere. Se desvanece cada vez que lo desea dejando en mí una huella imborrable, teñida de vino, empapada en whisky de cuerpo oscuro y sabor a nube rallada. Cuando la deseo me observa en la distancia, espera en vigilia guardando mi sueño incauto, desvelándome de la noche con luces plateadas, oliendo a papel y tinta. Cuando no quiero verla se descuelga como una enredadera, acariciando mi alma con sus manos frías. Me abraza, me aprieta, me desarma, ¿me ama? Maldigo y maldigo en todas direcciones, hacia la brisa que marca su mirada, con carita de pena y sus ojos de gata. Se acelera y acelera, mi corazón enfermizo, vuelvo a mirar sus pupilas candentes y su sonrisa me derrite; acelera y acelera, mi latido insano, y vuelvo a maldecir. Ella lo nota y se separa, se aleja lentamente y mi corazón se parte, se deshace, se consume.

Inmóvil, agotado a suspiros, la veo alejarse, noto como sus manos me abandonan, la noche, el amanecer, los pierdo. Pierdo la tierra y pierdo el mar. Pierdo la luna, pierdo el paisaje, pierdo la arena sin sal, pierdo lo perdido y la vida empieza a estorbar. En segundos escapa de mis manos su piel, su cabello, su alma, todo entrelazado por los hilos del universo, cadenas de cielo destrenzadas que atan mi alma a este mundo; se aleja, me abandona y acelero y acelero pero casi no la siento. Me mira y sonríe, no lo pienso, dejo de sentir, no lo siento, aquel abrazo interminable mientras despliega sus alas.

No me sueltes nunca, voy pensando lentamente mientras recorro el camino que hay entre su puerta y mi cama. Intento grabar en mi cabeza la sensación de su tacto, sus ojos, su olor. Nervioso me oculto entre las mantas, mirando al techo con los ojos cerrados y todo es de colores. La luz me invade y el recuerdo de su sonrisa me vuelve acelerar, y antes de maldecir ella vuelve a mí, como siempre, cuando quiere, cuando lo desea, se retuerce entre mis brazos bendiciendo mi noche con su voz cálida y sosegada hasta que caigo rendido al más apacible de los sueños.

Asiduo a no conciliar el sueño en aquellas horas en que la madrugada se vuelve fría, despierto. Solo, olvidado en el ostracismo de mis sabanas y desorientado. Vuelvo a pensar en ella pero esta vez no viene a mí, la llamo ahora despierto y otras tantas en sueños, susurro su nombre a las paredes y dibujo con mis dedos su silueta con una lágrima de luz que entra por la ventana pero ella no aparece. Espero. Ella no aparece. Cansado vuelvo a cerrar los ojos y un dolor punzante se clava en mi pecho. Adicto a esta tristeza me resisto pero imágenes inundan mi mente, las palabras me abordan con fiereza y mi locura se vuelve cordura en el segundo en que todo cobra sentido.


El mundo deja de divagar y los grises se vuelven diáfanos, la inspiración, menos opaca, vuelve a venir punzando mi alma una y otra vez. Cuando acabo todo está en paz, la quietud de mis letras se establece en mi sangre y la inspiración me abandona. Vuelta a mi lecho respiro profundamente y atrás quedan folios escritos, recuerdos vividos y otros inventados. Queda en la retina la oscuridad de su piel, su rostro afable y sus alas blancas, con su aroma aún en mi nariz, su mirada dulce y perfecta aferrada a mi alma, hermosa y cariñosa, inseparable, irrompible inhalo paciencia a la espera de que la próxima noche tenga el deseo de volver a mí y con ella... mi felicidad.

viernes, noviembre 01, 2013

Falta de Talento

   No existe aquello que yo pueda escribir que no esté escrito ya, no hay letras, silabas, palabras, oraciones o versos que yo pueda inventar que no hayan sido inventados ya ni existen los compases o las melodías que no hayan sido compuestas o permanezcan sin descubrir dentro de un folio en blanco. No soy capaz de hacer aparecer de la nada y escribir, mejor dicho describir, las imágenes que transcurren por mi mente ahora mismo: la impotencia cubriéndome como una sombra tardía que me abraza en la sobremesa de una tarde soleada o este noviembre sin hojas en el suelo que me atenaza las articulaciones, la mirada perdida de un recuerdo devastador o la sonrisa inmensa de una noche de invierno. Son aquellas cosas que se pierden en mis escritos, en mis letras inútiles y desordenadas, hasta en las historias cotidianas que me dan forma y me unen.

   No puedo, sea por la falta de talento, sea por perder esa conexión que siempre tuve tan presente en el triángulo alma – mente – corazón, pero no puedo dejar plasmado aquello que siento en la punta de mis dedos cuando esa esencia está presente, cuando ese aroma a infancia y encanto me desarma por completo y me deja sin argumentos hasta el punto de ahogarme en un deseo que ni es bueno ni es recomendable. Sea por la falta de talento que mi mente ya no distingue entre cuartetos ni tercetos y los sonetos se quedaron vacíos ante la belleza y los sentimientos. Cuando la mente grita escapa y mi corazón (más de una vez reconstruido como un puzzle) me empuja a golpe de latido hacia un precipicio, una y otra vez, cuando miro a ese vacío indescriptible al filo del acantilado cuando más noto la ausencia de talento.

   No ceso en los intentos por conseguir aquello que me fue negado, si las musas ya no sirven, si el amor nunca fue suficiente. Primero he de reconocer que nunca tuve musas, y segundo, si ahora cuando cierro los ojos solo veo una mirada que me ahonda el alma y cuando respiro solo encuentro aroma a sonrisa y regalo, si ahora cuando escribo no puedo dejar atrás esa melena de color castaño es porque tengo en la retina cada rizo, cada onda, cada cabello, todo en imágenes grabado a desencanto en mis pupilas.

   No se trata del amor tampoco, de ese ente misterioso, desconocido, dañino y necesario. Siempre pensé que amar es como confesar un pecado y al mismo tiempo traicionar al mejor de los amigos, te alivia por completo pero te carga con el mayor de los pesares, destejer durante la noche lo tejido durante el día, anochecer sonriendo para amanecer entre lágrimas.

   No creo que lo consiga, puede que la edad me tenga enseñado, puede que mis errores sean la espina que hiere o que el peso a mis espaldas sea aquello que cortó mis alas o simplemente que mi obsesión sea más fuerte y yo más débil cada segundo, pero lo intento cada día.



lunes, octubre 21, 2013

Un regalo, una sonrisa

La vida da esas sorpresas. Aquellas que no esperas y ocurren en los momentos más inoportunos. Se evaporan como la tristeza tras una sonrisa incrédula pero aparecen. Cuando todo esta perdido y el mundo parece que te va a engullir con sus mandíbulas afiladas con el escalofrío de la noche, súbitamente todo cambia, quizás solo para no darnos la razón a aquellos que vivimos de la belleza, pasada y futura, de ese insomnio que es nuestro miedo más profundo, lleno de lagunas oscuras donde una luz efervescente titila en la lejanía demostrando que no hay más letargo del corazón que la poesía que emana de la misma vida. Aquella que es tan judía como cristiana.

Te sorprende, en mi caso, en forma de sonrisa, no de las que paran el tiempo (no más de ellas, ruego a Dios), si no de las que quitan el miedo, sonrisa inabarcable que decía Ismael (como siempre), que te dejan desarmado y cautivo ante un hecho irrefutable que es el latido del corazón más profundo, con una mirada perdida que te levanta el castigo de un invierno helado para empezar a sentir ese calor humano que creías desaparecido. Te sorprende. Una sonrisa, una sola sonrisa te sorprende lo suficiente como para no esperar a que tu cuerpo lo asimile, la sangre acelera y los pensamientos se confunden como un cielo nublado en los que aparece un halo de luz brillante y cuando piensas: “no te vayas nunca” tus palabras son aléjate de mi y cuando ya la noche se aclara y por primera vez siento que este amanecer no es robado mi alma se vuelve negra como un pozo seco.

La vida da esos regalos, puedes perder incluso esos momentos, el miedo que te supera, no decir en su momento: “este amanecer es para nosotros”, permitir que sonrisas desaparezcan pensando que el puñetero azar ya no hará que vuelva, pero a veces, solo a veces, esas ventanas se abren de nuevo pudiendo volver a ver esa sonrisa que aún no detiene el tiempo pero que acabará haciéndolo cuando esa mirada de aroma a café se funda en mis pupilas, y al tiempo que por primera vez, entre mis dedos se enreden sus rizos y su melena sea mi bandera hondeando al viento, entonces, esas manos finas y blancas se volverán abrazos, esos ojos color noche serán mi hogar y aquellas sonrisas seguirán limpiando mi alma mientras detrás de ellas siempre acabe un beso añorado y esperado con el mismo ansia que todas mis células desean volver a tener ese momento en el que una sonrisa me devolvió la fe.



domingo, septiembre 15, 2013

Una Mirada Hecha Viento

Esta historia empieza como todas las demás. Puede que inventada, puede que soñada, puede que sea algún rescoldo de una llamada ya extinta o puede que solo sea…

Oscuridad. Repentina oscuridad, desorientado, perdido en algún lugar. Me encontraba auxiliado al azar, transportado del mundo real hacia algún lugar sin nombre, a solas, sin entorno ni paisajes, solo oscuridad. En un segundo el ostracismo cambió a luz, abrió un claro sobre el techo negro y un halo de luz brillante y diáfana atravesó como un puñal la estancia hasta iluminar un pequeño círculo delante de mí. La luz era tan clara que me cegó por unos instantes y cuando cesaron los destellos ahí estabas.

Una música comenzó a sonar y levemente comenzaste a bailar acompañando acordes como el mundo acompaña a la vida, tu mirada estaba en mí. El cabello más negro que había visto nunca te caía sobre los hombros, tu rostro permanecía inmaculado, blanco y los labios que el diablo te dio empezaron a moverse. Rojos, como el infierno envuelto en llamas dibujando un corazón, labios que cantaban en una batalla entre ángeles y caídos, tu mirada de un azul atronador se hizo viento y me envolvió con frío y calor, aire abigarrado, violento y cariñoso; se hizo viento y todo se volvió nítido.

La música sonaba y el tiempo jugueteaba con tus pestañas, cantabas y yo… estaba parado vestido de blanco, había flores, el cielo se creó de luces, girabas y girabas agarrando tu vestido, desnudándote en cada mirada con la dulzura que no existe en las palabras. Dejaste de girar y te acercaste hasta mí, tan cerca que tu boca me volvió a cegar y tu mirada se volvió a hacer viento, un cierzo apasionado y candente que soltó la cinta de tu pelo y la oscuridad volvió a caer hasta lo más hondo de mi corazón. Tu cinta ató mi alma a tu cuerpo y la música seguía sonando, me abrazabas y tu cintura me abrasaba la piel. Bailábamos entre la guerra y una tormenta llena de flores, aromas, y luces. Alma de colores. Tus ojos eran el cielo y  tus labios el abismo, tu cabello la oscuridad de tanta noche y mi incredulidad era el día al que no deseaba volver, entonces, tu mirada se volvió viento una vez más.


El viento me rodeaba con sus brazos y todo fluía en un mundo donde no existían la luna o el sol. Exterminabas mis demonios solo con el aroma de tu nuca, expiaste mis pecados en un solo abrazo y mientras mi alma seguía atada a ti, casi palpando la felicidad, cesó el aire, sonreíste y el azul de tus ojos me dijo adiós, caminabas hacia el halo de luz tan hermosa como cuando apareciste, tus labios dejaron de cantar y tu cuerpo dejo de bailar. Mi piel ya te añoraba y solo estabas a unos metros, te quedaste inmóvil mirándome, la música dejo de sonar, mi alma regresó a mí y simplemente volvió la oscuridad.

viernes, septiembre 06, 2013

Sonetos de Recuerdos

Hallé, el lugar donde calla el viento,
encontré montañas de negra plata,
brunas las entrañas, carbón que mata.
Minerías de corazón mugriento.

No perdí la vida, creí en la brisa,
que antaño fue tempestad, un vendaval,
prescindí de mi alma sin dejar aval
para tu boca, cierzo en tu sonrisa.

Perecí y Amanda ya no me recuerda
cerca de la playa, una luz ciega
me enseñó un paisaje que no concuerda.

Regresé a mi montaña, solariega:
noble atalaya, no dejes que pierda
el descanso que tanto se me niega.

miércoles, septiembre 04, 2013

Autocompasión y enfrentamiento

Tan cierto como falso son aquellos momentos tan oscuros como claros. Es fácil decir que lo qué nos ocurre sucede por algún motivo, algún azar misterioso que juega con nosotros sin miramientos o algún dios descontrolado y algo cabrón que se entretiene utilizándonos como fichas de una partida que sólo encuentra descanso cuando dormimos. Pero lo cierto, a mi entender, es que no hay más dios que nuestra propia conciencia, nosotros creamos nuestros miedos, nuestros pesares, las dudas, la inseguridad y, por supuesto, nuestra infelicidad. Yo no sé cual es el camino a seguir, tampoco pretendo con estas palabras ser guía de nadie, tan sólo exponer una opinión que trasciende solamente más allá de mis hechos y en consecuencia de mi propia existencia.
Al final todo se resume en hechos, aquello que se puede controlar, a todos nos hubiera gustado ser más de otra manera, quizás más guapos, tener más dinero, un trabajo mejor, que la mujer perfecta se hubiera enamorado de nosotros, etc. En resumen todo aquello que no es controlable por nosotros mismos. He perdido gran parte de mi vida en aquellas cosas que no son controlables y he dado de lado aquellas que si puedo controlar y son éstas últimas las que en realidad me han hecho infeliz durante mucho tiempo. La idea básica está en que aquello que no puedes controlar simplemente ocurre, puedes hacer piruetas en el aire y seguirán ocurriendo, es lógico que te resulten motivo de infelicidad o tristeza pero siempre desde el punto de mira de los sentimientos, es decir, algo que se siente no algo que defina tu estado emocional. Por el contrario, si algo que es perfectamente controlable por nosotros, quizás un examen por poner un ejemplo, el peso que conlleva haber fracasado en algo en el que el éxito dependía de nuestra mano es sobrecogedor.
A lo largo de toda mi vida me he preguntado muchas veces cuál es el secreto de la felicidad y la única respuesta coherente que he encontrado es que no hay ninguno. Esta verdad absoluta es tan aplastante como que la mayoría de las personas suele confundir infelicidad con tristeza. Sentir tristeza no es malo es como sentir amor, odio, dolor, es un sentimiento, ni más ni menos. El problema es cuando la tristeza deja de ser un sentimiento para convertirse en la nota predominante de tu vida.
Cuando esto ocurre sólo hay dos soluciones: autocompasión y enfrentamiento. Si recurrimos a la primera podemos caer en un bucle sin fin con el riesgo de no salir nunca, la autocompasión nos da ese placer oculto de ver en el mundo cientos de culpables a nuestra situación dejando a un lado la idea verdadera de que lo único que es culpa nuestra es no controlar todo aquello que podemos controlar. El enfrentamiento, en cambio, requiere fuerza y valentía, dos palabras que no se deben tomar a la ligera. La idea del enfrentamiento consiste en afrontar todo aquello que nos da miedo, ya se que es un principio básico de la psicología, y ello aún le da más valor.
Si se quiere mejorar hay que enfrentar, asumir consecuencias, posiblemente tocar fondo, reconocer miedos, y después de todo esto hay que levantarse, cambiar todo aquello de las cosas que está en nuestra mano cambiar porque aquellas que no están nuestra mano sólo podemos aceptarlas tal y como son. La cuestión es ¿qué cosas puedes controlar y que cosas no?

martes, septiembre 03, 2013

Nana de Sirena


- A la nanita nana, nanita ea,
mi niño tiene sueño, bendito sea-.

Cantaba el anochecer con música de estrella,
adormecida                             adormecía
a la noche inquieta en el hueco de su pecho
un niño de arena y espuma nacido de la resaca
que sonriente jugaba con su techo de luna;
y palabra por palabra
 sus ojos eriazos
vírgenes del mundo
somnolientos se aturdían:
mi niño tiene sueño,
 bendito sea
mi niño tiene sueño,
 bendito sea.

Cantaba el anochecer a la inmensidad
de un mar naufrago de padre
a la nanita nana, nanita ea”
resonando en su regazo la paz completa
y tras su espalda todo el cierzo
atrapado en estelas de frío
(para su cuerpo: el hielo, para su niño: el calor).

Cantaba el anochecer con música de estrella,
mecida                                     mecía
al fruto de su vientre con su canto de sirena,
titilaba el cielo:
 bendito sea.

Titilaba el cielo y azuzaba el mar
en noche de nana y caricias de marea
entre olas de llamaradas y tallo de sargazo.
“No temas mi niño” y el niño no temía.
Arropado por el manto de su abrazo
sonaba el mar sobre el faro encendido
mientras su piel hecha de playa
recordaba la viudez en el oleaje:
A la nana nanita ea…                                               
- Mi niño chiquito no tiene cuna
Su padre que es carpintero

 le va a hacer una-.

jueves, agosto 01, 2013

Mecida por el Viento

Oigo las hojas bailar
mecidas por el viento,
si cierro los ojos
casi puedo sentir
el aroma a recuerdo.

Veo caer su ramaje
para volver a levantar
su alma verde y brillante.
Sin encomio ni recompensa
solo equilibrio incesante.

Oigo las hojas bailar
para permanecer quietas
un solo instante,
y entre medias,
en su dulce vaivén
resuena, leve, la caricia
de una brisa itinerante.

Siento paz y al desastre
                   alejarse.



martes, julio 09, 2013

La vida siempre te ofrece una Vero

Hace tiempo que lo estaba pensando, para no variar soy muy tardío a la hora de reconocer las cosas, y casi siempre, más si son una verdad clara y llana. Siempre presumo de haber perdido todos los trenes que llegaban al andén a la hora acordada y, siguiendo con mi tardía costumbre, de llegar tarde a todos los sitios, lugares y personas (léase mujeres) de mi vida en un eterno y, a la vez, efímero alarde de miedo pueril donde lo más sufrido siempre acaba siendo mi maltrecho corazón (sin contar ego, dignidad, autoestima y demás mierdas que nos alimentan), quizás ya por costumbre, o tal vez, por intentar convencerme a mí mismo de que la felicidad se encuentra en aquel país lejano donde se entremezclan indios, sirenas, niños perdidos,  un tío con un garfio que huye de cocodrilo, un niño con más años que Matusalén vestido de verde y saltando de nube en nube y  una enana muy sexy que tiene alas y va soltando a diestro y siniestro polvos mágicos que te permiten volar. La verdad es mucho más simple que todo eso, y aunque no la tengo toda conmigo, sí puedo empezar a atisbar un destello de luminosidad incandescente y osar la propia osadía admitiendo que la sabiduría, mejor dicho, que la ignorancia es la llave de todo.

Jode estar en plenitud de facultades, ya no mentales sino sentimentales, conocer a cada momento que sientes, que es lo que te duele y por qué. Esta es la mayor de las maldiciones, maldición que a los Maya se les olvidó nombrar dentro de su amasijo de catástrofes apocalípticas, que ya podrían haber avisado, por cierto. Y dentro de esta coyuntura tan emotiva, uno, es decir, un servidor se pone a meditar observando que hace un par de meses, debido a motivos amorosos, que son aquellos que rigen el mundo de todas esas personas que no tienen mayor preocupación que la de vivir (por méritos propios), estaba yo negando al mundo y a toda existencia viva que lo rodeara, para darme cuenta en un instante que la pérdida sufrida pasado un tiempo de rigor mortis sólo es un peso muerto o lastre. Lo que nos lleva  a la siguiente cuestión.

Pasado este tiempo uno, es decir, un servidor, vuelve a ese áspero interior oscuro al que algunos llamamos el fondo del armario, otros ente inmortal, y probablemente un cura llamaría alma, para repasar uno por uno todos los andenes donde mi tren paso de largo para darme cuenta que no hay trayecto perdido en vano ni estación que no tuviera  su encanto, pero si hay algunos vagones que tienen ese olor (léase recuerdo) especial (igual que Sevilla con su duende),  que sólo pasan una vez en la vida, o en mi caso dos de momento, pero nos dejan una marca grabada a metal ardiendo en la piel para recordar toda la vida que alguna vez tuvimos amor del bueno y no la mierda de amores que vive la gente de hoy (y mira que me jode tener que hablar como una persona ya adulta). Son esa clase de persona que tienen esa feromona que te lleva a arder en la más azul de las llamas, aquellas por las que estabas dispuesto a morir de frío una noche de enero sin mayor recompensa que un beso en la mejilla y un apretón de manos, esas mujeres por las que empezamos a escribir poemas, algunos mejor que otros, pasar noches en vigilia soñando con la piel que dibuja el trayecto por unas piernas interminables o por las que empezamos nuestra andadura en la vida de la mano de nuestro amigo Jony walker, aunque esto último sería inevitable creo yo. Ese tipo de mujer u hombre, por si alguna mujer lee esto, aunque lo dudo, que tienen ese algo tan maravilloso, es y siempre debería ser a lo que todos deberíamos aspirar o a esperar, según el género de cada uno.

Yo a ese tipo de mujer, aquí viene lo bueno y mi revelación, la llamo Vero o en su nombre científico: Verónica, es la marca más profunda que el amor me dejó, una hendidura hecha cicatriz donde la corteza ya creció alrededor pero que retiene el paso de la savia cada abril. Y a pesar de que algunas veces me he conformado con menos (léase Marías) y que este tipo de animal no se da en ciertos hábitats muy frecuentemente uno vuelve a pensar. Lo que nos lleva a la siguiente cuestión.

Desde la primera Vero, la original y la más grande de las idealizadas, también cuento a la reina de las reinas (omitimos el nombre), aquella que se quedó en un si es no es, de carácter very strong y una tez tan morena como mi alma, de la cual estuve huyendo casi toda mi vida por puro y casto miedo a que fuera la mujer de mi vida. Después de sendas diosas no puedo encontrar otra que no sea (llamémosla P)  aquella mujer que encontré hace ya unos años y que por destierro decretado no puedo ni acercarme sin articular la mayor de las estupideces, tan hermosa y dulce que cada palabra que sale de mi puño va siempre destinada a ella, una Verónica de ojos brillantes con un pelo rojizo como la Luna en una tarde de ocaso (y aquí es donde me pongo empalagoso). Para ir concluyendo sin decir más de lo que no ofrece satisfacción decir, apuntar que la vida siempre te va a ofrecer una Vero, la cosa es si tú estás dispuesto a pasar noches de frío, a emborracharte por desamor, a escribir poemas y a llenarte de desasosiego por  ella, aun sabiendo que lo más posible es que nunca llegues a conseguirla. Parafraseando a Carlitos el de los Alcántara: "las chicas son un asco".


P. D. No sé si os habéis dado cuenta, pero en realidad no hay ninguna cuestión.

viernes, junio 28, 2013

Buscando a la chica de anoche...

Hace mucho tiempo que no escribo sobre esto, realmente hace mucho que no escribo sobre nada. No sé cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que el tiempo me dio la oportunidad de pensar, de observar la eterna historia que siempre pasa frente a mis ojos pequeños y hastiados…

Fue tan sólo un segundo, quizás dos, lo que tardé en entrar hasta llegar a la barra, en el transcurso de ese pequeño instante yo ya me había percatado, ya había puesto mis ojos sobre ella; en ese pequeño momento yo ya me había vuelto a enamorar como lo hice muchos años atrás, sin saber cómo era, sin conocer ningún rasgo de su personalidad, ni siquiera como le gusta el café, pero yo ya estaba prendido, hundido por completo y embriagado en el magnetismo que ella desprendía. Se notaba el paso de los años (lo llevaba mejor que yo), pude advertir como el tiempo la había tratado bien, estaba mucho más hermosa, la piel un poco más oscura, el pelo lacio y rojizo como una luna de septiembre y mi corazón en sus manos.

Tardé una milésima en volver a divagar como cuando tenía veinte años, una pequeña parte de tiempo en la que soñé como si nada importara, soñé de nuevo con su piel, con interminables charlas a la luz de un mar brillante y acobijados por una noche eterna y al mismo tiempo efímera, soñé con sus labios hasta el amanecer de los amaneceres y con el paso del tiempo entre devenires de tristeza y alegría la imaginé con sesenta años envejecida a mi lado, la vi con ansiedad por amarme y me vi con dolor por no haber podido amarla.


Transcurrió ese momento y sus ojos se clavaron en mi alma, como años atrás lo hicieron, ese par de iris profundos que encadenan mi alma con cada mirada y al mismo tiempo son puñales que se hunden en mi espalda con toda la violencia que la realidad puede ofrecer, casi morí; permanecí allí, quieto, inamovible, admirándola por si no volvía a tener la oportunidad, pensando que mi cielo estaba entre sus manos y que en su regazo estaría mi hogar para toda la vida. Y como siempre, anhelando el calor de su vientre y noches de lunas incesantes, dejé que se marchará sabiendo que lo imposible hay veces que se vuelve real, con la mente puesta en versos que fluían como un torrente de metáforas cristalinas como el agua, pensando que esta historia no va a terminar aquí, que sólo acabará cuando el puñetero destino quiera hacerlo, mientras tanto, tonto, idiota y enamorado seguiré mirando la cara de la gente esperando ver en alguna de ellas  a la chica de anoche…

viernes, abril 26, 2013

Rabia


Pasa algunas veces, no siempre, pero algunas sí. Pasa algunas veces  que el corazón es como un lienzo donde plasmamos todo aquello que transcurre desde que somos conscientes de nuestra propia existencia. Suele ocurrir que algunas veces tejemos un lazo tan fuerte como la vida misma, algunas veces ese lazo es puro y blanco, otras…

Cuando generas un vínculo tan grande y tras el tiempo, divino tiempo, la realidad te golpea con sabiduría absoluta, advirtiendo que todo aquello que fueron los cimientos de una opción elegida tan sólo es el capricho de un corazón egoísta. Es entonces cuando tus cimientos se derrumban y descubres que aquello a lo que una vez llamaste amor se queda en una rabia incontenible, poderosa rabia pero inútil rabia.

Entonces quisieras pensar que alguna vez :

"Se alineen todos los planetas, un eclipse lunar, hechizos de brujas y deseos a hadas, pedir cantos de sirena, una profecía maya que te alivie el peso que llevas en los hombros. Que de una vez por todas al mirar al horizonte se junten la tierra y el cielo en algún lugar, impotente, creciendo oníricamente, buscando la maldición de una gitana, incluso vendiendo tu alma al diablo para que todo aquello que una vez fue volviera sin saber cómo, tan sólo mirar  hacia un lado y que estuviera ahí"


Supongo, que la rabia (fase del duelo, más conocida como ira) acabará pasando, llegarán épocas en que Abril no sea tan lluvioso, y que al mirar la luna lo único que puedas hacer sea aullar melancólicamente y con nostalgia en aquel lugar donde todo fue. Mientras, el mar siempre volverá a golpear con sus olas inconscientes. La Luna siempre dirigirá con mano firme sus mareas y siempre quedará en mi corazón el aroma a olivo, el amarillo incesante que murió para volver a la vida encarnada en otra alma. Supongo que la rabia acabará pasando pero mientras ese hecho no ocurre la muesca reciente en mi corazón seguirá doliendo. 

martes, abril 23, 2013

Mentiras


    Al final todo se resume en una cosa, mentiras. Aquellas palabras que a lo largo de la vida (dice uno mismo, no lo olvidemos) te dicen al oído como si el tiempo parara cual película romántica americana. Las promesas que se hacen en el fragor de una noche amorosa con sabanas sudadas como campo de batalla, la luna de testigo y el corazón abierto de par en par buscando un resquicio (destello que diría Ismael) de felicidad. Buscando un refugio donde escapar de tanta miseria y dolor almacenado, al final, todo se resume en soledad.

Cuando la Luna está siempre de testigo. –Te amaré toda la vida.

Cuando un Beso sella el pacto. –Te quiero más que a nada.

Cuando la Felicidad es una aliada. –Eres mi vida entera.

   Frases que al pasar el tiempo pierden su sentido,  aunque siempre hay alguien que las padece, al final todo se resume en una cosas, astillas. Aquellas palabras de amor, aquellos sentimientos de fe absoluta (absurda), se tornan astillas clavadas una a una en el corazón, un corazón que sangra tinta, a veces hasta sangra  lágrimas. Un corazón que se queda atrás esperando que aquellas frases no terminen de perder todo el sentido que una vez tuvieron. Palabras que cuando son mentiras crees que todo es mentira. ¿La luz del día? ¿La Luna?¿El Mar?¿Incluso los olivos? Todo aquello que una vez fue algo…será todo mentira.

   ¿La verdad es sólo válida para un momento determinado de la vida, un lapsus de tiempo en el que todo fluye místicamente y extrañamente al mismo son? ¿Fluyen las vibraciones de dos almas en un mismo tono y eso da derecho a disparar con palabras eternas, hacer que quien tengas enfrente las crea, las adore, las idolatre y, por ende, se enamore?

   Al final todo se resume en una cosa, mentiras. Al final las usamos, las manipulamos como si fueran parte de nosotros, decimos lo que creemos que sentimos en cada momento pensando que es para siempre sin pensar en nunca será para siempre. El precio a pagar un corazón destrozado, unas veces será el tuyo (lo prefiero) otras veces será el de otra persona. 

sábado, abril 20, 2013

Desaprender - Aprender


                Con el tiempo he desaprendido a lamer mis heridas, escondido en el fondo de mi armario. He desaprendido a escuchar cantos de sirenas mezclados con el vaivén de las olas que golpean mi ventana en las noches de agosto. He desaprendido a confiar en las viejas canciones que me llenan de nostalgia y a compadecer la vida teñida por la penumbra de bares oscuros. He desaprendido a amar el humo en la noche y a ver tras la ceguera de una melena ondeando al viento. He desaprendido a ser el niño enamoradizo que se perdía entre versos y acordes después de recibir inocentes sonrisas por mujeres hermosas. Tras el paso de los años, tras el paso de las cicatrices que unen mi alma (legítimamente), desaprendí que querer significaba para siempre, o al menos, significaba morir un poquito cada vez. Desaprendí que la noche, aquélla a la que tanto amé y que tanto me cuidó con vigilias interminables, no era sino el amor de una soledad interminable.

                Con el tiempo he aprendido que por mucho dolor que causa para mí escribir, yo nací entre papel y gotas de tinta, he aprendido que no puedo alejar de mí aquello que me hace ser yo. Con el tiempo he vuelto a aprender que las palabras son el espejo donde miro una y otra vez mi ser desnudo y sincero. Aprendí que no puedo mentir (al menos a los demás), aprendí a desconfiar de las buenas intenciones y a no llorar acompañado si la compañía no llora conmigo, aprendí que todo lo que aprendo lo desaprendo y que mañana aprenderé a desaprender. Tras el paso de los años y tras el paso de las cicatrices aprendí que tengo mucho camino por recorrer, aprendí que siempre tendré cicatrices, que no se irán y que vendrán nuevas, aprendí que ellas son la prueba de que he vivido y de que estoy vivo.

                Con el tiempo he desaprendido a conocer a las personas con tan sólo mirarlas y he aprendido que aquellos que estuvieron siempre estarán. He desaprendido amores pasados y después volví a aprenderlos. Desaprendí a amar y aprendí a amar de nuevo. Desaprendí a sonreír pero aprendí a reír, desaprendí a mirar pero aprendí a ver. Tras el paso de los años y tras el paso de las cicatrices que unen, mejor dicho, que habitan en mi alma (merecidamente) desaprendí que lo que mejor está por llegar pero aprendí que siempre viene otra primavera, desaprendí querer un futuro pero aprendí a amar mi presente.
Con el tiempo desaprendí que mis letras siempre estarán ahí y he aprendido que mis letras siempre estarán ahí.