domingo, diciembre 29, 2013

Volver a llegar tarde

Estás serán las últimas palabras que escribiré este año. Romperé la regla de hacer balance y resumir todo aquello que aconteció este año, prefiero quemar con fuegos azules sobre el papel mi último recuerdo, para decir adiós a este año que ha convertido en costumbre que la vida no mejoré.

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Abrí la ventana despacio, ya era muy tarde, para que el ruido no despertara a nadie. Hacía frío a pesar de no sentirlo, me apoyé en el quicio de la ventana y encendí un cigarro. La noche estaba tan clara, llena de purpurina azul brillando a lo lejos, tan hermosa que me sentí muy pequeño. No quería recordar o analizar aquella noche, solo olvidar. Miraba como mi cigarro se iba consumiendo poco a poco y como avanzaba el ámbar, tan lento, tan suave, volví a pensar en tantas cosas. Años hacía que no me sentía así. Mucho tiempo, no contabilizado, en el que no lloraba. Volvió a mí, calada a calada, aquella inseguridad, esos 15 o 16 años, cuando el mundo me aterraba, volví a sentirme aquella persona solitaria y mientras el humo se desvanecía grisáceo por la ventana todos mis logros y mi experiencia, mis fracasos y mis dolencias no sirvieron de nada.

Asumía por momentos que me gustaría ser esa ventana, estar allí contemplando el mundo pasar, siempre con vistas a aquel cielo hermoso y grande, pero respirar me hacia aquello imposible. Acabé mi cigarro y regresé a mi cama, el lugar donde siempre acabo. Continuaba sintiéndome aquel crío, impaciente y tierno, que empañaba los cristales para no reflejarse en ellos y se escudaba en las canciones de los cantautores de turno. Me cubrí con el edredón y pensé que llegar tarde a todos los sitios podría ser no ya mi culpa, ni culpa de la vida, más bien que hay personas que están destinadas a llegar tarde siempre.

Cerré los ojos y me imaginé unos ojos grandes dentro de una luna inmensa con una sonrisa que no tenía fin, y pensé que importa llegar tarde o a tiempo, si siempre que llego no hay nada en el lugar al que voy. Robé unos versos de una canción: “Si yo fuera una ventana y tu la lluvia que lavara mi dolor” y de verdad que quise ser aquella ventana, pero acabe por ser el dolor.

Y entre tanta tristeza, mirando el reloj, ya sabía que volvería a llegar tarde, intenté con todas mis fuerzas ir hacia aquel sitio en donde con observar me bastaba, en que una melena rizada era todo mi deseo pero no resultó. Y como siempre sospeché, nunca supe retirarme a tiempo, pero cerrar recuerdos se me daba casi también como encontrar almas apenadas en las barras de los bares.

Y en el último intento, en ese justo instante en el que tantas veces tuve que pedir perdón, por sentir el amor que siento, tan obsoleto y anticuado, donde en cada disculpa se me iba un pedazo de corazón, sin llegar siquiera ese abrazo o el beso maldecido que me liberara del hastío incrédulo y de las noches solitarias, acababa por volver a las cicatrices que me persiguen disfrazándose de pasado, sin balcones de ojos de gata y sin flores de un día que no lloraban, que no dolían.


Conseguí dormir, creo. Intenté soñar, con aquellos brazos llenos de fuego, sabiendo que había perdido aquel alivio que nunca volveré a tener. Entre sueños, pensaría que soy el dramatismo en persona, y seguro que allí volví a escribir poemas, algunos con tu nombre, pero todos sobre ti, pasaría la noche lejos de tu regazo y llegaría el día, a sabiendas de que mañana volvería a llegar tarde.  

martes, diciembre 24, 2013

Ilusión, milagros y fantasmas

De cristal opaco, soplado con dulzura al más dulce de los fuegos, están hechas las ilusiones, llegan hasta el agujero donde se guardo las noches con etiqueta de olvido, puesta en rojo y anudadas con una cuerda de guitarra hecho de cabellos negros. Es esa ilusión que guardo en el fondo del corazón con el color oscuro de mis lágrimas que serpentean y retuercen mis palabras, tanta luz en mi cabeza, tanta poesía en mis labios y no sé por qué sigo bebiendo de los atardeceres sombríos. Será mi corazón ese agujero donde arrojo todo aquello que ya no necesito esperando que un milagro ocurra algún día, que la noche cambie de opinión y mi alma se haga diurna o mis lágrimas diáfanas.

Son todos esos fantasmas, los que viven y los que no, dentro de mi armario, algunos perdidos bajo mi cama, otros viven dentro de ella, pero los que asustan son los que tengo bajo la piel, sintiendo en cada latido mis oscuridades, pesadillas, miedos y fracasos. De ellos aprendí a ocultar mis cicatrices, aprendí a huir en amores fracasados, y a veces, siento, que todavía, amor mío, tengo ese demonio en el hombro.

A medias, sé que vivo entre ese mundo de fantasmas y cicatrices, inseparable el uno del otro. Alimentados unos por ilusión, los otros por el amor, todo el que desperdicio, todo el que se escapa en el vertedero al que una vez llamé corazón. Siendo especial, de vez en cuando, amante algunas noches y otras simplemente la carnaza para mis tropiezos.


Siempre anochece, y mientras sea así, siempre tendré un lugar donde volver, siempre estará ese mundo donde puedo cerrar los ojos y todo es especial. Al pasar el dedo, noto el surco que dejan las cicatrices, las hendiduras sobre mi piel. Siempre habrá donde volver, siempre habrá fondo de armario, siempre habrá una cama y siempre existirá un demonio sobre mi hombro.  

sábado, diciembre 14, 2013

Musa

Aparece, cuando ella quiere. Se desvanece cada vez que lo desea dejando en mí una huella imborrable, teñida de vino, empapada en whisky de cuerpo oscuro y sabor a nube rallada. Cuando la deseo me observa en la distancia, espera en vigilia guardando mi sueño incauto, desvelándome de la noche con luces plateadas, oliendo a papel y tinta. Cuando no quiero verla se descuelga como una enredadera, acariciando mi alma con sus manos frías. Me abraza, me aprieta, me desarma, ¿me ama? Maldigo y maldigo en todas direcciones, hacia la brisa que marca su mirada, con carita de pena y sus ojos de gata. Se acelera y acelera, mi corazón enfermizo, vuelvo a mirar sus pupilas candentes y su sonrisa me derrite; acelera y acelera, mi latido insano, y vuelvo a maldecir. Ella lo nota y se separa, se aleja lentamente y mi corazón se parte, se deshace, se consume.

Inmóvil, agotado a suspiros, la veo alejarse, noto como sus manos me abandonan, la noche, el amanecer, los pierdo. Pierdo la tierra y pierdo el mar. Pierdo la luna, pierdo el paisaje, pierdo la arena sin sal, pierdo lo perdido y la vida empieza a estorbar. En segundos escapa de mis manos su piel, su cabello, su alma, todo entrelazado por los hilos del universo, cadenas de cielo destrenzadas que atan mi alma a este mundo; se aleja, me abandona y acelero y acelero pero casi no la siento. Me mira y sonríe, no lo pienso, dejo de sentir, no lo siento, aquel abrazo interminable mientras despliega sus alas.

No me sueltes nunca, voy pensando lentamente mientras recorro el camino que hay entre su puerta y mi cama. Intento grabar en mi cabeza la sensación de su tacto, sus ojos, su olor. Nervioso me oculto entre las mantas, mirando al techo con los ojos cerrados y todo es de colores. La luz me invade y el recuerdo de su sonrisa me vuelve acelerar, y antes de maldecir ella vuelve a mí, como siempre, cuando quiere, cuando lo desea, se retuerce entre mis brazos bendiciendo mi noche con su voz cálida y sosegada hasta que caigo rendido al más apacible de los sueños.

Asiduo a no conciliar el sueño en aquellas horas en que la madrugada se vuelve fría, despierto. Solo, olvidado en el ostracismo de mis sabanas y desorientado. Vuelvo a pensar en ella pero esta vez no viene a mí, la llamo ahora despierto y otras tantas en sueños, susurro su nombre a las paredes y dibujo con mis dedos su silueta con una lágrima de luz que entra por la ventana pero ella no aparece. Espero. Ella no aparece. Cansado vuelvo a cerrar los ojos y un dolor punzante se clava en mi pecho. Adicto a esta tristeza me resisto pero imágenes inundan mi mente, las palabras me abordan con fiereza y mi locura se vuelve cordura en el segundo en que todo cobra sentido.


El mundo deja de divagar y los grises se vuelven diáfanos, la inspiración, menos opaca, vuelve a venir punzando mi alma una y otra vez. Cuando acabo todo está en paz, la quietud de mis letras se establece en mi sangre y la inspiración me abandona. Vuelta a mi lecho respiro profundamente y atrás quedan folios escritos, recuerdos vividos y otros inventados. Queda en la retina la oscuridad de su piel, su rostro afable y sus alas blancas, con su aroma aún en mi nariz, su mirada dulce y perfecta aferrada a mi alma, hermosa y cariñosa, inseparable, irrompible inhalo paciencia a la espera de que la próxima noche tenga el deseo de volver a mí y con ella... mi felicidad.