Hace mucho tiempo que no escribo sobre esto,
realmente hace mucho que no escribo sobre nada. No sé cuánto tiempo habrá
pasado desde la última vez que el tiempo me dio la oportunidad de pensar, de
observar la eterna historia que siempre pasa frente a mis ojos pequeños y
hastiados…
Fue tan sólo un segundo, quizás dos, lo que
tardé en entrar hasta llegar a la barra, en el transcurso de ese pequeño
instante yo ya me había percatado, ya había puesto mis ojos sobre ella; en ese
pequeño momento yo ya me había vuelto a enamorar como lo hice muchos años
atrás, sin saber cómo era, sin conocer ningún rasgo de su personalidad, ni
siquiera como le gusta el café, pero yo ya estaba prendido, hundido por
completo y embriagado en el magnetismo que ella desprendía. Se notaba el paso
de los años (lo llevaba mejor que yo), pude advertir como el tiempo la había
tratado bien, estaba mucho más hermosa, la piel un poco más oscura, el pelo
lacio y rojizo como una luna de septiembre y mi corazón en sus manos.
Tardé una milésima en volver a divagar como
cuando tenía veinte años, una pequeña parte de tiempo en la que soñé como si
nada importara, soñé de nuevo con su piel, con interminables charlas a la luz
de un mar brillante y acobijados por una noche eterna y al mismo tiempo efímera,
soñé con sus labios hasta el amanecer de los amaneceres y con el paso del
tiempo entre devenires de tristeza y alegría la imaginé con sesenta años
envejecida a mi lado, la vi con ansiedad por amarme y me vi con dolor por no
haber podido amarla.
Transcurrió ese momento y sus ojos se
clavaron en mi alma, como años atrás lo hicieron, ese par de iris profundos que
encadenan mi alma con cada mirada y al mismo tiempo son puñales que se hunden
en mi espalda con toda la violencia que la realidad puede ofrecer, casi morí; permanecí
allí, quieto, inamovible, admirándola por si no volvía a tener la oportunidad,
pensando que mi cielo estaba entre sus manos y que en su regazo estaría mi
hogar para toda la vida. Y como siempre, anhelando el calor de su vientre y
noches de lunas incesantes, dejé que se marchará sabiendo que lo imposible hay
veces que se vuelve real, con la mente puesta en versos que fluían como un
torrente de metáforas cristalinas como el agua, pensando que esta historia no
va a terminar aquí, que sólo acabará cuando el puñetero destino quiera hacerlo,
mientras tanto, tonto, idiota y enamorado seguiré mirando la cara de la gente
esperando ver en alguna de ellas a la
chica de anoche…