viernes, junio 28, 2013

Buscando a la chica de anoche...

Hace mucho tiempo que no escribo sobre esto, realmente hace mucho que no escribo sobre nada. No sé cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que el tiempo me dio la oportunidad de pensar, de observar la eterna historia que siempre pasa frente a mis ojos pequeños y hastiados…

Fue tan sólo un segundo, quizás dos, lo que tardé en entrar hasta llegar a la barra, en el transcurso de ese pequeño instante yo ya me había percatado, ya había puesto mis ojos sobre ella; en ese pequeño momento yo ya me había vuelto a enamorar como lo hice muchos años atrás, sin saber cómo era, sin conocer ningún rasgo de su personalidad, ni siquiera como le gusta el café, pero yo ya estaba prendido, hundido por completo y embriagado en el magnetismo que ella desprendía. Se notaba el paso de los años (lo llevaba mejor que yo), pude advertir como el tiempo la había tratado bien, estaba mucho más hermosa, la piel un poco más oscura, el pelo lacio y rojizo como una luna de septiembre y mi corazón en sus manos.

Tardé una milésima en volver a divagar como cuando tenía veinte años, una pequeña parte de tiempo en la que soñé como si nada importara, soñé de nuevo con su piel, con interminables charlas a la luz de un mar brillante y acobijados por una noche eterna y al mismo tiempo efímera, soñé con sus labios hasta el amanecer de los amaneceres y con el paso del tiempo entre devenires de tristeza y alegría la imaginé con sesenta años envejecida a mi lado, la vi con ansiedad por amarme y me vi con dolor por no haber podido amarla.


Transcurrió ese momento y sus ojos se clavaron en mi alma, como años atrás lo hicieron, ese par de iris profundos que encadenan mi alma con cada mirada y al mismo tiempo son puñales que se hunden en mi espalda con toda la violencia que la realidad puede ofrecer, casi morí; permanecí allí, quieto, inamovible, admirándola por si no volvía a tener la oportunidad, pensando que mi cielo estaba entre sus manos y que en su regazo estaría mi hogar para toda la vida. Y como siempre, anhelando el calor de su vientre y noches de lunas incesantes, dejé que se marchará sabiendo que lo imposible hay veces que se vuelve real, con la mente puesta en versos que fluían como un torrente de metáforas cristalinas como el agua, pensando que esta historia no va a terminar aquí, que sólo acabará cuando el puñetero destino quiera hacerlo, mientras tanto, tonto, idiota y enamorado seguiré mirando la cara de la gente esperando ver en alguna de ellas  a la chica de anoche…