La vida da esas
sorpresas. Aquellas que no esperas y ocurren en los momentos más
inoportunos. Se evaporan como la tristeza tras una sonrisa incrédula
pero aparecen. Cuando todo esta perdido y el mundo parece que te va a
engullir con sus mandíbulas afiladas con el escalofrío de la noche,
súbitamente todo cambia, quizás solo para no darnos la razón a
aquellos que vivimos de la belleza, pasada y futura, de ese insomnio
que es nuestro miedo más profundo, lleno de lagunas oscuras donde
una luz efervescente titila en la lejanía demostrando que no hay más
letargo del corazón que la poesía que emana de la misma vida.
Aquella que es tan judía como cristiana.
Te sorprende, en mi caso,
en forma de sonrisa, no de las que paran el tiempo (no más de ellas,
ruego a Dios), si no de las que quitan el miedo, sonrisa inabarcable
que decía Ismael (como siempre), que te dejan desarmado y cautivo
ante un hecho irrefutable que es el latido del corazón más
profundo, con una mirada perdida que te levanta el castigo de un
invierno helado para empezar a sentir ese calor humano que creías
desaparecido. Te sorprende. Una sonrisa, una sola sonrisa te
sorprende lo suficiente como para no esperar a que tu cuerpo lo
asimile, la sangre acelera y los pensamientos se confunden como un
cielo nublado en los que aparece un halo de luz brillante y cuando
piensas: “no te vayas nunca” tus palabras son aléjate de mi y
cuando ya la noche se aclara y por primera vez siento que este
amanecer no es robado mi alma se vuelve negra como un pozo seco.
La vida da esos regalos,
puedes perder incluso esos momentos, el miedo que te supera, no
decir en su momento: “este amanecer es para nosotros”, permitir
que sonrisas desaparezcan pensando que el puñetero azar ya no hará
que vuelva, pero a veces, solo a veces, esas ventanas se abren de
nuevo pudiendo volver a ver esa sonrisa que aún no detiene el tiempo
pero que acabará haciéndolo cuando esa mirada de aroma a café se
funda en mis pupilas, y al tiempo que por primera vez, entre mis
dedos se enreden sus rizos y su melena sea mi bandera hondeando al
viento, entonces, esas manos finas y blancas se volverán abrazos,
esos ojos color noche serán mi hogar y aquellas sonrisas seguirán
limpiando mi alma mientras detrás de ellas siempre acabe un beso
añorado y esperado con el mismo ansia que todas mis células desean
volver a tener ese momento en el que una sonrisa me devolvió la fe.