martes, septiembre 02, 2014

Todo ha cambiado

Cuesta empezar, es una maldición tener todo en las entrañas empujando por salir, y cuando ocurre, es casi imposible comenzar a dibujar sobre el papel. No existe una manera de complacer a todo lo que ocurre por la mente cuando tu pensamiento se centra en una sola cosa. Llegados a este punto ya no importa la escritura, no interesa si mis letras son bonitas, si el ritmo es bueno o si la impresión al leerlo hace al lector emocionarse. Llegados a este punto la perfección está en contar la historia y dedicar todos mis esfuerzos para sacar todo lo que encierra mi alma para no ahogarme en estanques de silencios involuntarios ni en palabras que no pude decir cuando debía o miedos que me acechan cada vez que tomo la misma decisión.

La perfección existe (me permito creer en ella).

“Que corto se me ha hecho el viaje” pensaba mientras ella bajaba de mi coche. Caminaba, como otras tantas veces lo he hecho, pensando, divagando, un amigo me hablaba, pero no escuchaba. “Podía haber durado un poco más” seguía pensando. Recordaba el trayecto, cada bache, cada curva, cada casa, cada instante; la luz de las farolas traspasaba el cristal y te alumbraba medio en penumbra la cara (me guardo para mí lo que pensé) y se hacía todo cada vez más corto, el viaje, el mundo, la vida, todo se empequeñecía menos tú. Mientras bajabas, estúpida desconocida, pensé: “¿Quién eres tú para cambiarlo todo ahora?” y sonreí con un adiós tan corto como mis ganas de huir sin mirar atrás, el mundo empequeñeció aún más y el calor fue insoportable.

Aunque alguien discreparía, yo no soy Ismael ni ella es Carola, tanto uno como otra eran perfectos (sigo creyendo que existe). La perfección existe lo complicado es encontrarla. No es un canto al amor como casi todo lo que escribo pero sí una declaración de intenciones.
Perdiendo la noción del tiempo, buscando tu rostro entre multitud de personas (y no son cataratas ni la edad), pensando durante horas, pensando en una sonrisa, ¿quién eres tú, para cambiarlo todo ahora?
Estaba feliz, escondido entre las sabanas de mi cama, había aprendido a huir, a permanecer en la oscuridad, solo, tranquilo, mirando tras el cristal las tardes de lluvia sin anhelar nada más que respirar. No tener sueños siempre da ventaja. Era feliz, muy feliz. Vivir sin necesidad de que el día transcurriera, las noches pasaban sin sueño ni sueños y el mundo era todo lo amplio que necesitaba para vivir. Todo ha cambiado.

Ahora, quiero, necesito que los días pasen rápidos, vivo idealizando, imaginando, soñando, sintiendo como a golpe de sonrisa, de cruce de miradas, de observarte desde lejos mi corazón se compone, se unen los pedazos y nada importa. Toda una vida de penurias, tristezas, traiciones y piedras, ya no importan. La perfección es borrar todo eso con una sonrisa, con una mirada sin intención, volver a la adolescencia, a tener ganas de luchar a no rendirte nunca. Quizás mi alma de soñador incansable o los demonios que me disfrazan de persona atormentada me hacen idealizar o tener alucinaciones donde solo hay espejismos. Quizás todo esté ya marcado por el halo del destino o quien quiera que tire los dados. Puede que mi sentimiento de jugador haya encontrado un nuevo juego o que de llevar tanto escondido simplemente encuentre en esos ojos una excusa para salir al mundo de nuevo, o que sea tan perfecta que pueda tirar muros (que tardaron siglos en ser erguidos) tan solo con una mirada.


Ahora, mi cama ya no tiene olor, mi almohada reniega continuamente de mí, tanto que la abracé. La rutina está por asesinarme y mientras planeo encuentros fortuitos y conversaciones furtivas e intento disimular mis carencias (lo inútil que soy), los recuerdos ya no me visitan a oscuras, el pasado parece haber cerrado la puerta del infierno donde nací, viviendo a frases de Ismael: “que no está perdido aquello que no fue” intento vivir el minuto a minuto, intentando encontrar las baldosas que me lleven a soñar durante un poquito más de tiempo. Para despertar y darme cuenta de que aún sigue en mi coche, que no se ha bajado, que la penumbra sigue iluminado su rostro.

lunes, enero 06, 2014

Susurro

Noche de niebla que un susurro acuna
entre tus brazos de silencio adverso
que vaga por dentro en orden inverso
a las aguas negras de tu laguna.

Vigilia de una madrugada bruna,
espero y espero tus ojos, tu verso
en mi reflejo, tu iris en mi universo
acabando esta espera con fortuna.

Mañana, tarde y noche trae el viento
aromas de tu susurro, sentido 
en los besos que viven de tu aliento.

Pensando en tu regazo aún dormido
termino sin respirar lo que siento
perdurando tu abrazo en mi ruido.

domingo, diciembre 29, 2013

Volver a llegar tarde

Estás serán las últimas palabras que escribiré este año. Romperé la regla de hacer balance y resumir todo aquello que aconteció este año, prefiero quemar con fuegos azules sobre el papel mi último recuerdo, para decir adiós a este año que ha convertido en costumbre que la vida no mejoré.

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Abrí la ventana despacio, ya era muy tarde, para que el ruido no despertara a nadie. Hacía frío a pesar de no sentirlo, me apoyé en el quicio de la ventana y encendí un cigarro. La noche estaba tan clara, llena de purpurina azul brillando a lo lejos, tan hermosa que me sentí muy pequeño. No quería recordar o analizar aquella noche, solo olvidar. Miraba como mi cigarro se iba consumiendo poco a poco y como avanzaba el ámbar, tan lento, tan suave, volví a pensar en tantas cosas. Años hacía que no me sentía así. Mucho tiempo, no contabilizado, en el que no lloraba. Volvió a mí, calada a calada, aquella inseguridad, esos 15 o 16 años, cuando el mundo me aterraba, volví a sentirme aquella persona solitaria y mientras el humo se desvanecía grisáceo por la ventana todos mis logros y mi experiencia, mis fracasos y mis dolencias no sirvieron de nada.

Asumía por momentos que me gustaría ser esa ventana, estar allí contemplando el mundo pasar, siempre con vistas a aquel cielo hermoso y grande, pero respirar me hacia aquello imposible. Acabé mi cigarro y regresé a mi cama, el lugar donde siempre acabo. Continuaba sintiéndome aquel crío, impaciente y tierno, que empañaba los cristales para no reflejarse en ellos y se escudaba en las canciones de los cantautores de turno. Me cubrí con el edredón y pensé que llegar tarde a todos los sitios podría ser no ya mi culpa, ni culpa de la vida, más bien que hay personas que están destinadas a llegar tarde siempre.

Cerré los ojos y me imaginé unos ojos grandes dentro de una luna inmensa con una sonrisa que no tenía fin, y pensé que importa llegar tarde o a tiempo, si siempre que llego no hay nada en el lugar al que voy. Robé unos versos de una canción: “Si yo fuera una ventana y tu la lluvia que lavara mi dolor” y de verdad que quise ser aquella ventana, pero acabe por ser el dolor.

Y entre tanta tristeza, mirando el reloj, ya sabía que volvería a llegar tarde, intenté con todas mis fuerzas ir hacia aquel sitio en donde con observar me bastaba, en que una melena rizada era todo mi deseo pero no resultó. Y como siempre sospeché, nunca supe retirarme a tiempo, pero cerrar recuerdos se me daba casi también como encontrar almas apenadas en las barras de los bares.

Y en el último intento, en ese justo instante en el que tantas veces tuve que pedir perdón, por sentir el amor que siento, tan obsoleto y anticuado, donde en cada disculpa se me iba un pedazo de corazón, sin llegar siquiera ese abrazo o el beso maldecido que me liberara del hastío incrédulo y de las noches solitarias, acababa por volver a las cicatrices que me persiguen disfrazándose de pasado, sin balcones de ojos de gata y sin flores de un día que no lloraban, que no dolían.


Conseguí dormir, creo. Intenté soñar, con aquellos brazos llenos de fuego, sabiendo que había perdido aquel alivio que nunca volveré a tener. Entre sueños, pensaría que soy el dramatismo en persona, y seguro que allí volví a escribir poemas, algunos con tu nombre, pero todos sobre ti, pasaría la noche lejos de tu regazo y llegaría el día, a sabiendas de que mañana volvería a llegar tarde.  

martes, diciembre 24, 2013

Ilusión, milagros y fantasmas

De cristal opaco, soplado con dulzura al más dulce de los fuegos, están hechas las ilusiones, llegan hasta el agujero donde se guardo las noches con etiqueta de olvido, puesta en rojo y anudadas con una cuerda de guitarra hecho de cabellos negros. Es esa ilusión que guardo en el fondo del corazón con el color oscuro de mis lágrimas que serpentean y retuercen mis palabras, tanta luz en mi cabeza, tanta poesía en mis labios y no sé por qué sigo bebiendo de los atardeceres sombríos. Será mi corazón ese agujero donde arrojo todo aquello que ya no necesito esperando que un milagro ocurra algún día, que la noche cambie de opinión y mi alma se haga diurna o mis lágrimas diáfanas.

Son todos esos fantasmas, los que viven y los que no, dentro de mi armario, algunos perdidos bajo mi cama, otros viven dentro de ella, pero los que asustan son los que tengo bajo la piel, sintiendo en cada latido mis oscuridades, pesadillas, miedos y fracasos. De ellos aprendí a ocultar mis cicatrices, aprendí a huir en amores fracasados, y a veces, siento, que todavía, amor mío, tengo ese demonio en el hombro.

A medias, sé que vivo entre ese mundo de fantasmas y cicatrices, inseparable el uno del otro. Alimentados unos por ilusión, los otros por el amor, todo el que desperdicio, todo el que se escapa en el vertedero al que una vez llamé corazón. Siendo especial, de vez en cuando, amante algunas noches y otras simplemente la carnaza para mis tropiezos.


Siempre anochece, y mientras sea así, siempre tendré un lugar donde volver, siempre estará ese mundo donde puedo cerrar los ojos y todo es especial. Al pasar el dedo, noto el surco que dejan las cicatrices, las hendiduras sobre mi piel. Siempre habrá donde volver, siempre habrá fondo de armario, siempre habrá una cama y siempre existirá un demonio sobre mi hombro.  

sábado, diciembre 14, 2013

Musa

Aparece, cuando ella quiere. Se desvanece cada vez que lo desea dejando en mí una huella imborrable, teñida de vino, empapada en whisky de cuerpo oscuro y sabor a nube rallada. Cuando la deseo me observa en la distancia, espera en vigilia guardando mi sueño incauto, desvelándome de la noche con luces plateadas, oliendo a papel y tinta. Cuando no quiero verla se descuelga como una enredadera, acariciando mi alma con sus manos frías. Me abraza, me aprieta, me desarma, ¿me ama? Maldigo y maldigo en todas direcciones, hacia la brisa que marca su mirada, con carita de pena y sus ojos de gata. Se acelera y acelera, mi corazón enfermizo, vuelvo a mirar sus pupilas candentes y su sonrisa me derrite; acelera y acelera, mi latido insano, y vuelvo a maldecir. Ella lo nota y se separa, se aleja lentamente y mi corazón se parte, se deshace, se consume.

Inmóvil, agotado a suspiros, la veo alejarse, noto como sus manos me abandonan, la noche, el amanecer, los pierdo. Pierdo la tierra y pierdo el mar. Pierdo la luna, pierdo el paisaje, pierdo la arena sin sal, pierdo lo perdido y la vida empieza a estorbar. En segundos escapa de mis manos su piel, su cabello, su alma, todo entrelazado por los hilos del universo, cadenas de cielo destrenzadas que atan mi alma a este mundo; se aleja, me abandona y acelero y acelero pero casi no la siento. Me mira y sonríe, no lo pienso, dejo de sentir, no lo siento, aquel abrazo interminable mientras despliega sus alas.

No me sueltes nunca, voy pensando lentamente mientras recorro el camino que hay entre su puerta y mi cama. Intento grabar en mi cabeza la sensación de su tacto, sus ojos, su olor. Nervioso me oculto entre las mantas, mirando al techo con los ojos cerrados y todo es de colores. La luz me invade y el recuerdo de su sonrisa me vuelve acelerar, y antes de maldecir ella vuelve a mí, como siempre, cuando quiere, cuando lo desea, se retuerce entre mis brazos bendiciendo mi noche con su voz cálida y sosegada hasta que caigo rendido al más apacible de los sueños.

Asiduo a no conciliar el sueño en aquellas horas en que la madrugada se vuelve fría, despierto. Solo, olvidado en el ostracismo de mis sabanas y desorientado. Vuelvo a pensar en ella pero esta vez no viene a mí, la llamo ahora despierto y otras tantas en sueños, susurro su nombre a las paredes y dibujo con mis dedos su silueta con una lágrima de luz que entra por la ventana pero ella no aparece. Espero. Ella no aparece. Cansado vuelvo a cerrar los ojos y un dolor punzante se clava en mi pecho. Adicto a esta tristeza me resisto pero imágenes inundan mi mente, las palabras me abordan con fiereza y mi locura se vuelve cordura en el segundo en que todo cobra sentido.


El mundo deja de divagar y los grises se vuelven diáfanos, la inspiración, menos opaca, vuelve a venir punzando mi alma una y otra vez. Cuando acabo todo está en paz, la quietud de mis letras se establece en mi sangre y la inspiración me abandona. Vuelta a mi lecho respiro profundamente y atrás quedan folios escritos, recuerdos vividos y otros inventados. Queda en la retina la oscuridad de su piel, su rostro afable y sus alas blancas, con su aroma aún en mi nariz, su mirada dulce y perfecta aferrada a mi alma, hermosa y cariñosa, inseparable, irrompible inhalo paciencia a la espera de que la próxima noche tenga el deseo de volver a mí y con ella... mi felicidad.

viernes, noviembre 01, 2013

Falta de Talento

   No existe aquello que yo pueda escribir que no esté escrito ya, no hay letras, silabas, palabras, oraciones o versos que yo pueda inventar que no hayan sido inventados ya ni existen los compases o las melodías que no hayan sido compuestas o permanezcan sin descubrir dentro de un folio en blanco. No soy capaz de hacer aparecer de la nada y escribir, mejor dicho describir, las imágenes que transcurren por mi mente ahora mismo: la impotencia cubriéndome como una sombra tardía que me abraza en la sobremesa de una tarde soleada o este noviembre sin hojas en el suelo que me atenaza las articulaciones, la mirada perdida de un recuerdo devastador o la sonrisa inmensa de una noche de invierno. Son aquellas cosas que se pierden en mis escritos, en mis letras inútiles y desordenadas, hasta en las historias cotidianas que me dan forma y me unen.

   No puedo, sea por la falta de talento, sea por perder esa conexión que siempre tuve tan presente en el triángulo alma – mente – corazón, pero no puedo dejar plasmado aquello que siento en la punta de mis dedos cuando esa esencia está presente, cuando ese aroma a infancia y encanto me desarma por completo y me deja sin argumentos hasta el punto de ahogarme en un deseo que ni es bueno ni es recomendable. Sea por la falta de talento que mi mente ya no distingue entre cuartetos ni tercetos y los sonetos se quedaron vacíos ante la belleza y los sentimientos. Cuando la mente grita escapa y mi corazón (más de una vez reconstruido como un puzzle) me empuja a golpe de latido hacia un precipicio, una y otra vez, cuando miro a ese vacío indescriptible al filo del acantilado cuando más noto la ausencia de talento.

   No ceso en los intentos por conseguir aquello que me fue negado, si las musas ya no sirven, si el amor nunca fue suficiente. Primero he de reconocer que nunca tuve musas, y segundo, si ahora cuando cierro los ojos solo veo una mirada que me ahonda el alma y cuando respiro solo encuentro aroma a sonrisa y regalo, si ahora cuando escribo no puedo dejar atrás esa melena de color castaño es porque tengo en la retina cada rizo, cada onda, cada cabello, todo en imágenes grabado a desencanto en mis pupilas.

   No se trata del amor tampoco, de ese ente misterioso, desconocido, dañino y necesario. Siempre pensé que amar es como confesar un pecado y al mismo tiempo traicionar al mejor de los amigos, te alivia por completo pero te carga con el mayor de los pesares, destejer durante la noche lo tejido durante el día, anochecer sonriendo para amanecer entre lágrimas.

   No creo que lo consiga, puede que la edad me tenga enseñado, puede que mis errores sean la espina que hiere o que el peso a mis espaldas sea aquello que cortó mis alas o simplemente que mi obsesión sea más fuerte y yo más débil cada segundo, pero lo intento cada día.



lunes, octubre 21, 2013

Un regalo, una sonrisa

La vida da esas sorpresas. Aquellas que no esperas y ocurren en los momentos más inoportunos. Se evaporan como la tristeza tras una sonrisa incrédula pero aparecen. Cuando todo esta perdido y el mundo parece que te va a engullir con sus mandíbulas afiladas con el escalofrío de la noche, súbitamente todo cambia, quizás solo para no darnos la razón a aquellos que vivimos de la belleza, pasada y futura, de ese insomnio que es nuestro miedo más profundo, lleno de lagunas oscuras donde una luz efervescente titila en la lejanía demostrando que no hay más letargo del corazón que la poesía que emana de la misma vida. Aquella que es tan judía como cristiana.

Te sorprende, en mi caso, en forma de sonrisa, no de las que paran el tiempo (no más de ellas, ruego a Dios), si no de las que quitan el miedo, sonrisa inabarcable que decía Ismael (como siempre), que te dejan desarmado y cautivo ante un hecho irrefutable que es el latido del corazón más profundo, con una mirada perdida que te levanta el castigo de un invierno helado para empezar a sentir ese calor humano que creías desaparecido. Te sorprende. Una sonrisa, una sola sonrisa te sorprende lo suficiente como para no esperar a que tu cuerpo lo asimile, la sangre acelera y los pensamientos se confunden como un cielo nublado en los que aparece un halo de luz brillante y cuando piensas: “no te vayas nunca” tus palabras son aléjate de mi y cuando ya la noche se aclara y por primera vez siento que este amanecer no es robado mi alma se vuelve negra como un pozo seco.

La vida da esos regalos, puedes perder incluso esos momentos, el miedo que te supera, no decir en su momento: “este amanecer es para nosotros”, permitir que sonrisas desaparezcan pensando que el puñetero azar ya no hará que vuelva, pero a veces, solo a veces, esas ventanas se abren de nuevo pudiendo volver a ver esa sonrisa que aún no detiene el tiempo pero que acabará haciéndolo cuando esa mirada de aroma a café se funda en mis pupilas, y al tiempo que por primera vez, entre mis dedos se enreden sus rizos y su melena sea mi bandera hondeando al viento, entonces, esas manos finas y blancas se volverán abrazos, esos ojos color noche serán mi hogar y aquellas sonrisas seguirán limpiando mi alma mientras detrás de ellas siempre acabe un beso añorado y esperado con el mismo ansia que todas mis células desean volver a tener ese momento en el que una sonrisa me devolvió la fe.