Aparece, cuando ella
quiere. Se desvanece cada vez que lo desea dejando en mí una huella
imborrable, teñida de vino, empapada en whisky de cuerpo oscuro y
sabor a nube rallada. Cuando la deseo me observa en la distancia,
espera en vigilia guardando mi sueño incauto, desvelándome de la
noche con luces plateadas, oliendo a papel y tinta. Cuando no quiero
verla se descuelga como una enredadera, acariciando mi alma con sus
manos frías. Me abraza, me aprieta, me desarma, ¿me ama? Maldigo y
maldigo en todas direcciones, hacia la brisa que marca su mirada, con
carita de pena y sus ojos de gata. Se acelera y acelera, mi corazón
enfermizo, vuelvo a mirar sus pupilas candentes y su sonrisa me
derrite; acelera y acelera, mi latido insano, y vuelvo a maldecir.
Ella lo nota y se separa, se aleja lentamente y mi corazón se parte,
se deshace, se consume.
Inmóvil, agotado a
suspiros, la veo alejarse, noto como sus manos me abandonan, la
noche, el amanecer, los pierdo. Pierdo la tierra y pierdo el mar.
Pierdo la luna, pierdo el paisaje, pierdo la arena sin sal, pierdo lo
perdido y la vida empieza a estorbar. En segundos escapa de mis manos
su piel, su cabello, su alma, todo entrelazado por los hilos del
universo, cadenas de cielo destrenzadas que atan mi alma a este
mundo; se aleja, me abandona y acelero y acelero pero casi no la
siento. Me mira y sonríe, no lo pienso, dejo de sentir, no lo
siento, aquel abrazo interminable mientras despliega sus alas.
No me sueltes nunca, voy
pensando lentamente mientras recorro el camino que hay entre su
puerta y mi cama. Intento grabar en mi cabeza la sensación de su
tacto, sus ojos, su olor. Nervioso me oculto entre las mantas,
mirando al techo con los ojos cerrados y todo es de colores. La luz
me invade y el recuerdo de su sonrisa me vuelve acelerar, y antes de
maldecir ella vuelve a mí, como siempre, cuando quiere, cuando lo
desea, se retuerce entre mis brazos bendiciendo mi noche con su voz
cálida y sosegada hasta que caigo rendido al más apacible de los
sueños.
Asiduo a no conciliar el
sueño en aquellas horas en que la madrugada se vuelve fría,
despierto. Solo, olvidado en el ostracismo de mis sabanas y
desorientado. Vuelvo a pensar en ella pero esta vez no viene a mí,
la llamo ahora despierto y otras tantas en sueños, susurro su nombre
a las paredes y dibujo con mis dedos su silueta con una lágrima de
luz que entra por la ventana pero ella no aparece. Espero. Ella no
aparece. Cansado vuelvo a cerrar los ojos y un dolor punzante se
clava en mi pecho. Adicto a esta tristeza me resisto pero imágenes
inundan mi mente, las palabras me abordan con fiereza y mi locura se
vuelve cordura en el segundo en que todo cobra sentido.
El mundo deja de divagar
y los grises se vuelven diáfanos, la inspiración, menos opaca,
vuelve a venir punzando mi alma una y otra vez. Cuando acabo todo
está en paz, la quietud de mis letras se establece en mi sangre y la
inspiración me abandona. Vuelta a mi lecho respiro profundamente y
atrás quedan folios escritos, recuerdos vividos y otros inventados.
Queda en la retina la oscuridad de su piel, su rostro afable y sus
alas blancas, con su aroma aún en mi nariz, su mirada dulce y
perfecta aferrada a mi alma, hermosa y cariñosa, inseparable,
irrompible inhalo paciencia a la espera de que la próxima noche
tenga el deseo de volver a mí y con ella... mi felicidad.
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