sábado, diciembre 14, 2013

Musa

Aparece, cuando ella quiere. Se desvanece cada vez que lo desea dejando en mí una huella imborrable, teñida de vino, empapada en whisky de cuerpo oscuro y sabor a nube rallada. Cuando la deseo me observa en la distancia, espera en vigilia guardando mi sueño incauto, desvelándome de la noche con luces plateadas, oliendo a papel y tinta. Cuando no quiero verla se descuelga como una enredadera, acariciando mi alma con sus manos frías. Me abraza, me aprieta, me desarma, ¿me ama? Maldigo y maldigo en todas direcciones, hacia la brisa que marca su mirada, con carita de pena y sus ojos de gata. Se acelera y acelera, mi corazón enfermizo, vuelvo a mirar sus pupilas candentes y su sonrisa me derrite; acelera y acelera, mi latido insano, y vuelvo a maldecir. Ella lo nota y se separa, se aleja lentamente y mi corazón se parte, se deshace, se consume.

Inmóvil, agotado a suspiros, la veo alejarse, noto como sus manos me abandonan, la noche, el amanecer, los pierdo. Pierdo la tierra y pierdo el mar. Pierdo la luna, pierdo el paisaje, pierdo la arena sin sal, pierdo lo perdido y la vida empieza a estorbar. En segundos escapa de mis manos su piel, su cabello, su alma, todo entrelazado por los hilos del universo, cadenas de cielo destrenzadas que atan mi alma a este mundo; se aleja, me abandona y acelero y acelero pero casi no la siento. Me mira y sonríe, no lo pienso, dejo de sentir, no lo siento, aquel abrazo interminable mientras despliega sus alas.

No me sueltes nunca, voy pensando lentamente mientras recorro el camino que hay entre su puerta y mi cama. Intento grabar en mi cabeza la sensación de su tacto, sus ojos, su olor. Nervioso me oculto entre las mantas, mirando al techo con los ojos cerrados y todo es de colores. La luz me invade y el recuerdo de su sonrisa me vuelve acelerar, y antes de maldecir ella vuelve a mí, como siempre, cuando quiere, cuando lo desea, se retuerce entre mis brazos bendiciendo mi noche con su voz cálida y sosegada hasta que caigo rendido al más apacible de los sueños.

Asiduo a no conciliar el sueño en aquellas horas en que la madrugada se vuelve fría, despierto. Solo, olvidado en el ostracismo de mis sabanas y desorientado. Vuelvo a pensar en ella pero esta vez no viene a mí, la llamo ahora despierto y otras tantas en sueños, susurro su nombre a las paredes y dibujo con mis dedos su silueta con una lágrima de luz que entra por la ventana pero ella no aparece. Espero. Ella no aparece. Cansado vuelvo a cerrar los ojos y un dolor punzante se clava en mi pecho. Adicto a esta tristeza me resisto pero imágenes inundan mi mente, las palabras me abordan con fiereza y mi locura se vuelve cordura en el segundo en que todo cobra sentido.


El mundo deja de divagar y los grises se vuelven diáfanos, la inspiración, menos opaca, vuelve a venir punzando mi alma una y otra vez. Cuando acabo todo está en paz, la quietud de mis letras se establece en mi sangre y la inspiración me abandona. Vuelta a mi lecho respiro profundamente y atrás quedan folios escritos, recuerdos vividos y otros inventados. Queda en la retina la oscuridad de su piel, su rostro afable y sus alas blancas, con su aroma aún en mi nariz, su mirada dulce y perfecta aferrada a mi alma, hermosa y cariñosa, inseparable, irrompible inhalo paciencia a la espera de que la próxima noche tenga el deseo de volver a mí y con ella... mi felicidad.

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