No existe aquello que yo
pueda escribir que no esté escrito ya, no hay letras, silabas,
palabras, oraciones o versos que yo pueda inventar que no hayan sido
inventados ya ni existen los compases o las melodías que no hayan
sido compuestas o permanezcan sin descubrir dentro de un folio en
blanco. No soy capaz de hacer aparecer de la nada y escribir, mejor
dicho describir, las imágenes que transcurren por mi mente ahora
mismo: la impotencia cubriéndome como una sombra tardía que me
abraza en la sobremesa de una tarde soleada o este noviembre sin
hojas en el suelo que me atenaza las articulaciones, la mirada
perdida de un recuerdo devastador o la sonrisa inmensa de una noche
de invierno. Son aquellas cosas que se pierden en mis escritos, en
mis letras inútiles y desordenadas, hasta en las historias
cotidianas que me dan forma y me unen.
No puedo, sea por la
falta de talento, sea por perder esa conexión que siempre tuve tan
presente en el triángulo alma – mente – corazón, pero no puedo
dejar plasmado aquello que siento en la punta de mis dedos cuando esa
esencia está presente, cuando ese aroma a infancia y encanto me
desarma por completo y me deja sin argumentos hasta el punto de
ahogarme en un deseo que ni es bueno ni es recomendable. Sea por la
falta de talento que mi mente ya no distingue entre cuartetos ni
tercetos y los sonetos se quedaron vacíos ante la belleza y los
sentimientos. Cuando la mente grita escapa y mi corazón (más de una
vez reconstruido como un puzzle) me empuja a golpe de latido hacia un
precipicio, una y otra vez, cuando miro a ese vacío indescriptible
al filo del acantilado cuando más noto la ausencia de talento.
No ceso en los intentos
por conseguir aquello que me fue negado, si las musas ya no sirven,
si el amor nunca fue suficiente. Primero he de reconocer que nunca
tuve musas, y segundo, si ahora cuando cierro los ojos solo veo una
mirada que me ahonda el alma y cuando respiro solo encuentro aroma a
sonrisa y regalo, si ahora cuando escribo no puedo dejar atrás esa
melena de color castaño es porque tengo en la retina cada rizo, cada
onda, cada cabello, todo en imágenes grabado a desencanto en mis
pupilas.
No se trata del amor
tampoco, de ese ente misterioso, desconocido, dañino y necesario.
Siempre pensé que amar es como confesar un pecado y al mismo tiempo
traicionar al mejor de los amigos, te alivia por completo pero te
carga con el mayor de los pesares, destejer durante la noche lo
tejido durante el día, anochecer sonriendo para amanecer entre
lágrimas.
No creo que lo consiga,
puede que la edad me tenga enseñado, puede que mis errores sean la
espina que hiere o que el peso a mis espaldas sea aquello que cortó
mis alas o simplemente que mi obsesión sea más fuerte y yo más
débil cada segundo, pero lo intento cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario