miércoles, mayo 06, 2009

Aquel día Dios tampoco apareció.

Soledad de los andenes

aún vagas por la estación de mi delito

mientras tu belleza me embarga

en lo triste y lo callado

de tu suerte.

 

Simples rutinas del corazón

encallan como el tren en el temporal

dejando atrás su océano,

de triste fierro,

de taciturno metal

y en la oscuridad de un negro vagón

la soledad de mi anden

varada entre tanto oleaje,

cautiva de su propio encierro,

vive sumergida en el equipaje

de un amor…

tan frío como el tren

tan duro como  el hierro.