miércoles, septiembre 09, 2009

Al día siguiente (continuación) Por Eva.

Eva:
Parece que pasó la época en que te daba miedo vivir, se acabaron aquellos días en los que vivías encerrado en tu casa de cristal mirando la vida pasar, siendo pasajero de un tren que nunca iba a ninguna parte sólo daba vueltas de un lado para otro, siendo espectador de una película en la que el final estaba por escribir.
Dani:
No es para tanto, y ahora duérmete
Eva:
¿Sola?
Dani:
(Titubeaste por un segundo) De momento sí.

Pasaron los días y cada vez me sentía más orgullosa de ti, te veía ir a trabajar, madrugabas y me hacías el desayuno, me lo dejabas todo hecho y una rosa diferente cada día al lado de mi almohada junto con un beso ardiente en mi frente. Me sentí tan orgullosa, tan feliz de ver la clase de hombre en la que te habías convertido. Mantenías esa mirada de niño triste, esa carga melancólica aún no se había ido de tus ojos, y a pesar (perdona por esto) de no ser muy guapo resultabas tan atractivo, tan magnético que si quisieras podrías atrapar a cualquier mujer con una fuerza desgarradora, y a la vez, tan inocente que toda señal se te escapa entre esos ojos achinados.

Pasó una semana y dejaste de trabajar. Durante algunas noches te quedaste a mi lado esperando a que el sueño me venciera y, a veces, en mitad de la madrugada te sentía desde la puerta velando para que nada me perturbara, después de rogártelo dejaste de dormir en el sofá con la condición de que saliera de tu castillo de cristal particular. Aquella mañana el sol relucía con la misma vitalidad con la que despertaste, al verte vestirte me di cuenta de que ya no eras aquel niño dolorido del que casi me enamoro en Lisboa, de que te habías convertido en un hombre capaz de soportar el sino de la vida y de cargar a tus espaldas el peso de un mundo que nunca es justo para nadie y eso te hacía más interesante todavía.

Al poco de despertar me llevaste a un valle precioso, lleno de flores, de arboleda y de olor a hierba fresca, me diste una corona de flores y me dijiste que por un día imaginara que era una princesa y que aquél era mi reino, que por un día todo aquello era mío, desde mis pies hasta donde la vista me alcanzara. Tomamos asiento a la orilla de un lago precioso y allí permanecimos, en silencio, tú escribías en tu cuaderno y yo te miraba, embelesada y embriagada, quizás porque lo necesitaba, quizás porque aquel día me terminé de enamorar de ti, de tus poemas sin sentido, de tus ojos tristes y tu boca pequeña, pero sobre todo de tu ternura, de esa cualidad que muy pocas personas poseen y que casi nunca la aplican a la vida como lo haces tú, a tus gestos tiernos, a tus besos aún más tiernos, a tus caricias y a la forma de mirar que tienes.

Cuando me pediste que escribiera esto, sabía perfectamente que querías saber que sentía, y sé que omitirás algunas partes, pero lo que siento aún me queda por decírtelo… El resto de la historia termínala tú.


Fmdo. Eva

¿Continuará…?


2 comentarios:

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

Madremíaseñor, la de cosas que me he perdido yo por aquí en los últimos tiempos, al parecer. Eres más peligroso que yo, me temo :D. Ya lo miraré todo con calma. De momento quería decirte que eres un viejo cabrón, que sabe más el diablo por viejo que por eso, y que seguimos sin embargo tan jóvenes y tan viejos, like putas rolling stones. Felicidades, sin embargo: al menos significa que sigues vivo, y yo también

Un abrazo, camarada. Nos seguimos debiendo más de un encuentro por el Sur

Daniel Díaz dijo...

Te busqué el día del hueso en todas las barras de tu puñetero pueblo, pero no te encontré, la verdad es que si te has perdido cosas, mi vida sentimental está hecho un desastre, por lo demás todo bien, gracias por acordarte, ya son 28, un cumpleaños más y parece que sigo en la puerta del mississippi cantando a Isma y suspirando por mujeres que nunca me quisieron, cuidate mamonazo