martes, julio 20, 2010

Un beso al amanecer.



Sonaban los tambores, palpitando con la fuerza de un trueno que aventaja al rayo en el océano de un iris azul recorriendo mis venas, cambiando mi sangre por aire fresco. Sonaban como el presagio de un tiempo venidero, el poso en el café, el adivino profetizando unos labios entre sombras oscuras que atacaban al cielo con fiereza.
Despuntaba a penas el día, el miedo me enfundaba el corazón y tus labios me hechizaban, perdiéndome en un conjuro aterciopelado y negro. Sonaban los tambores como la cruda realidad, sonaba mi corazón atenazado entre tus brazos; y al abrir los ojos tu mano en mi rostro y tu sonrisa en mi alma, y la felicidad en mi cuerpo que añoraba de ti.

Se desdibujaba un rayito de sol en tu melena, la música sonaba fuerte y este sueño de verano tocaba a su fin. Sonaban los tambores en mí y la mezcla de deseo y amor furtivo me apretaba los pulmones. El sol poquito asomaba, la gente miraba al techo azulado, las sombras se iban perdiendo y a mí me dolía este abrazo donde el tiempo no se paraba, donde el mundo no se quedaba quieto sino que todo volaba a una velocidad vertiginosa. Sonaban los tambores cada vez más fuerte y cada vez más poderosos y a mí me dolía, tanto tanto tanto me dolía al sentir su aliento en mis labios, tu mirada azul, el sol en tu cabello tanto me dolía todo que cerré los ojos.

Sonaban los tambores. Fue un instante. No abrí los ojos. No abrí los ojos y sentí el calor en mi boca, un beso de paso, huésped en mi boca por vacaciones, sentí el calor que abrasaba mis manos. Todo tan rápido, el sol ya en lo alto y mis ojos cerrados, tus manos que me apretaban dejaron de hacerlo y los tambores poco a poco bajaron su ritmo. Al abrir la vista te divisé ya a muchos metros, veía como te marchabas, el día en lo alto, los tambores ya eran un rumor, el mundo no se paró, y mientras oteaba tu silueta desaparecer por el mundo te giraste para mirarme, con tu melena hondeando en la colina de mis ansias; “esta batalla es para ti” pensé con desidia mientras tus ojos azules se clavaban en mi deseo y mis oídos lloraban por no haber escuchado tu voz. Sonreíste y desapareciste, los tambores ya no se oían y el día estaba en lo alto, pero no era el mismo azul.

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