viernes, enero 23, 2009

La mujer del piano

Llego a casa y el dolor del día me desarma, aguanto todo, pero al finalizar la jornada una fuerza incontrolable me oprime el pecho, es como un tiro a quemarropa en el fondo de mi alma, que me desgarra con fiereza las fibras de mis sentimientos. Cierro la puerta, me quito el abrigo y aún de espaldas oigo la música, mi, fa sol, y la magia me contagia, el dolor sale. Empiezo a vaciarme como se vacía el cielo cuando escampa, me agito como un perro quitándome la escarcha, avanzo por el pasillo y la melodía se hace más sonora, más armoniosa. Adiós al trabajo. Ya no recuerdo nada, ya todo está en blanco, y esa voz me transporta a un cielo azulado, con el calor que nunca he tenido, luna de sal, tumbas sin lápidas en un cementerio vacío. Cruzo al salón, y una mujer, con su espalda al aire, tocando el piano de mi desconsuelo con sus manos finas y dedos alargados, suenan las teclas con un aire celestial, aspiro hondo y mis pulmones se llenan. La miro, la busco y la encuentro, con el pelo en la cara, y cantando con la dulzura de su voz rota por las notas, corcheas de desamor, me mira y sonríe, mientras mis latidos se unen en un mismo son, brillan sus ojos azules sobre su azabache cabello, agitando su melena al compás de la canción, blanqueando la sala con su dentadura perfecta. Y más enamorado, cojo mi guitarra ajada por el tiempo, y golpeó con fuerza cantando: vuelve a mí. Toco y toco con rabia de niño, al son del piano, y siento y deseo, vuelvo a la tierra, a ser humano, a sentirme persona, y ella canta y yo con mis acordes, la luz entra por la ventana y se refleja en el piano, y los ojos azules, y la canción que termina par volver a mi miseria, para volver a la vida gris, hasta que suena otra nota, y vuelve la música, vuelve la ilusión vestida con una melena negra sobre un rostro blanco, con dos puntos azules y una espalda desnuda que canta como un ángel hermoso y blanco.

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