sábado, septiembre 04, 2010

Muros y piedras

Pensaba que levantando estos muros estaría a salvo; pensé (ignorante de mí) que entre estas cuatro paredes levantadas piedra a piedra de rencor, resentimiento y soledad estaría seguro. No colgué retratos ni fotografías, si quiera un cuadro de algún recuerdo todo lo dejé atrás, todo lo enterré para no convertirme en estatua de sal y entre cuatro paredes busqué redención.

Incauto de mí… pobre de mí…pensé que estaría a salvo pero las piedras dejan rendijas, los muros dejan grietas:



“Paseaba por mi cuarto, tocaba aquellas paredes rugosas y las sentía latir, notaba sus palpitaciones, creía estar a salvo entre los muros pero en la oscuridad se hizo un halo de luz, un fino hilo que entraba con una firmeza devastadora e inconmensurable, un rayito de esperanza que irrumpía para mi asombro, tan pequeño como la estrella de la que emanaba. Tardé poco tiempo en dormirme y entender que mis muros palpitaban, que las piedras no eran otra cosa que mi corazón latente donde permanezco encerrado; y al volver a ver tu rostro cálido y risueño entendí que tú eras la luz que poco a poco va encontrando rendijas en él, agrietando paulatinamente aquellas piedras (cicatrices) que apilé con tesón. Poco tardé en entender que eras la estrella pequeña, y al mismo tiempo tan grande que irradiaba tanta luz. Poco a poco los muros van cayendo, para desgracia mía, lentamente todo se desmorona y los fantasmas dan la cara, asoman retorcidos en mis pensamientos cuando te tengo delante… el silencio que me incendia el corazón al no poder decir aquellas palabras que deseo decir y que tropiezan una y otra vez con las paredes que levanté. Tras el silencio mis manos, heladas, que anhelan tocarte, acariciar tu cuerpo adolescente con la dulzura que guardé tanto tiempo para ti, mis brazos que se retuercen por no poder estrecharte bajo la oscuridad en un abrazo efímero y eterno, mi cuerpo entero que desea respirar los surcos de tu piel palmo a palmo. Tras mis manos y mi cuerpo mi boca que me odia por no besarte; mis labios germinados a base de la distancia que nos separa, entre los pensamientos que tengo y a los que hago caso; por no tenerte tendida en mi lecho adorando tu piel forjada en la fragua de mil soles ardientes, que no hace otra cosa que desearte como si volviera a ser un colegial febril y triste. Y tras mi boca mi mente que no deja de imaginarte dormida, inmaculada, hermosa, pequeña criatura, ver como te despiertas abriendo esos ojos grandes que me hipnotizan sin necesidad de mirarme mientras vienes hacia mí sonriente como un ángel caído, sin saber nunca aquello que piensas, sin dejar de ver versos y rimas constantes, poemas de amor que fluyen con la misma tristeza que el muro sobrevive entre nosotros. Mi mente sobrecargada porque sufre más que ama y llora más que quiere, tan sólo imaginando que te vuelvo abrazar una y otra vez mientras se eriza mi piel al acariciar tu vientre terso y asedado, pero…”

Amanece y a mí me vuelve a tocar ir a la cama, a ese lecho que tan grande se me hace y donde me siento tan solo, como dice Ismael: “más cansado y más viejo vuelvo a mi asiento”. Cierro los ojos y vuelvo a soñar contigo, que me agarras tan fuerte que la misma luna tiembla y de la yema de tus dedos se desprende una luz capaz de tirar abajo cualquier muro, y entre mis letras y mis sueños soy un poquito más feliz, aunque mañana cuando amanezca sé que volveré a estar a salvo entre los cuatro muros que hace años levante con la idea de que nunca escaparía de ellos, aunque de vez en cuando entre un rayito de luz y esperanza entre sus grietas, para mi desgracia.

No hay comentarios: