jueves, septiembre 02, 2010

Re-volver a...

He vuelto a mi adolescencia, he vuelto a tener dieciocho años, a ser insensato. A pasar de la alegría a la tristeza en lo que tarda un suspiro en desvanecerse por el túnel de tu boca. A cambiar mi gesto cuando te veo pasar frente a mí, a buscar un resquicio de esperanza en tus manos pequeñas, deseables. He vuelto a sentir la fiebre pueril de un niño enamorado, ardiente y desesperado; a ver la luz cuando te recoges el pelo y regresar a la oscuridad cuando te apartas un mechón de tu rostro moreno e inmaculado. Vuelvo a escribir noche tras noche versos de amor empalagoso, renglones llenos de ilusiones, de cosas que mi silencio dice y que cada día me cuesta más callarme; vuelvo a recoger, una y otra vez, los trozos de mi pequeño corazón del suelo de la invisibilidad, esperando a que la luz me enfoque, a que tu corazón se aclare y veas mi alma al trasluz de una noche estrellada.

He vuelto a ser un crío, desde el primer día en que tus manos echaron abajo mis muros, he vuelto a ser un niño. Vuelvo a releer “Cien Años de Soledad” como en antaño, vuelvo a esconder la cabeza bajo mi manta mientras escucho canciones triste del eterno Ismael, queriendo olvidarme del mundo, de todo menos de ti; vuelvo a ser ese muchacho nervioso que al entrar te busca por los rincones (se ha “desbocao” la primavera), quien te mira desde la otra punta de la habitación a sabiendas de que seré la única persona que te amará en este mundo tan opaco y triste.

Ahora que la edad me dio sabiduría mi amor por ti me la ha quitado, la ha robado con descaro. Ahora que vuelvo a sentir un hormigueo, un terremoto en mis rodillas; volver a no dormir, a no comer como un quinceañero enfermo del amor más puro que existe, más candido y excelso. Ahora que vuelvo a estar en las sombras de un amor venidero, con el miedo a confesarte lo que mi corazón implora con la más cruda de las suplicas, ahora siento revivir mi ajado espíritu de nuevo. Siento como arde mi deseo en tu vientre, mi piel cuando me rozas, mis ojos cuando se pierden en el lunar de tu mejilla. Juego como un chaval enamoradizo a imaginar nuestro beso debajo de una luna tenue y acogedora, sueño a quererte toda la vida, sueño a tenerte entre mis brazos… pero cuando despierto no estás a mi lado y entonces vuelvo a ser yo, a sentirme anciano, viejo y triste.

Despierto y voy a tu encuentro, y una vez tras otra, una tras otra, al tenerte delante sólo te puedo mirar, mis labios se callan y mi corazón padece el más horrible de los silencios, la tortura de tenerte a un palmo, a sólo un te quiero de distancia, a un te necesito tan grande como la luna de Marzo y tan lejos como una eternidad adorándote en silencio; y entre las sombras, cansado de admirarte vuelvo a mi guarida a esconder mi vergüenza, el miedo que me supera.

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