sábado, noviembre 15, 2008

El prícipe que nunca fui

Siempre me sentí como el príncipe que recorre el largo camino lleno de abundantes peligros en busca de su princesa y cuando mata al dragón y llega a la torre, ya no queda nada más que escalar la torre, se echa a atrás y huye. En cada huida todo es diferente y, al mismo tiempo, todo es igual. Hay veces que salgo corriendo cuando veo al dragón y otras no llegó ni hasta la hoguera, otras veces subo hasta la torre y decido salvar a mi princesa pero ella no está; hasta que un día dejé de montar mi caballo, deje la armadura en el desván y me volví normal. Al principio quise volverme rana y pasar mis días al lado del estanque esperando a que mi princesa viniera a buscarme, pero el miedo… así que estudie y conseguí un trabajo de oficinista y continué con el ritmo biológico habitual de la vida. A veces, miraba mis fotos de príncipe y recordaba los torneos de justa, las batallas, las cacerías pero siempre recordaba a mi princesa, una que no tuve, una que no estaba. Y de repente mi despertador, suena. Son las 7. Vuelvo al trabajo, en el tren veo a una muchacha, con un traje de chaqueta, pero en mi cabeza se vestía con ropas de seda y oro, su pelo suelto y ondulado con su diadema de diamantes, sus hombros descubiertos y su sonrisa de princesa, con los ojos tristes de tanto esperar a su príncipe. Y algo se remueve. Algo me acuchilla el estomago a base de nervios, cierro los ojos, aprieto los puños y hago el amago de acercarme a ella subido a lomos de un corcel blanco y hermoso, pero siempre me quedo sentado en mi sitio, soñando despierto hasta que el tren para. Bajo. Llego a la oficina y vuelvo a ser aquel aspirante de príncipe que fui una vez y siempre seré.

No hay comentarios: