lunes, marzo 02, 2009

El rito, unos ojos azules y la chica de anoche.

Hay una especie de ritual, un protocolo no escrito a seguir cuando entras en un bar. Entras, te sientas, pides algo y mientras te lo tomas charlas con los amigos, observas de un lado a otro sin destino fijo, hay que tener claro que las miradas son imanes cuando dos se encuentran siempre terminan por unirse, así comienza la liturgia. Sentado con la mirada muy perdida hasta que el magnetismo de unos ojos a unos diez metros de mí atrapan mi mirada sin destino. Ahí estaba yo, sentado, a mi izquierda mi brugal con coca-cola, a mi derecha el maestro José Tomas haciendo el sudoku del periódico, y justo a las doce en punto otra mirada perdida que choca con la mía y como es natural, se unen para converger en unos ojos azules grandes como el cielo mismo, levanto los míos y ahí estaba ella, sonriente, con una falda vaquera y una camiseta roja o chaqueta o algo rojo, no me fijo demasiado en la ropa de las mujeres. Por un segundo vacilo, pienso ¿sonrío?; ella se acaricia el pelo, joder eso significa algo ¿no?, entonces me decido a sonreír y ella me devuelve la sonrisa, uno a cero pienso en mis adentros. Una amiga le habla, ella con elegancia asiente a su compañera pero sin apartar la vista de mí; yo, muy nervioso, dubitativo, cavilando mis opciones y barajando posibilidades porque una mujer puede llegar a ser muy confusa, miro al maestro José Tomas en busca de consejo, después de unos segundos de deliberación asiente con la cabeza, termina la primera fase del ritual. Con la bendición del maestro lo normal es que hubiera dado paso a la segunda fase del ritual y digo lo normal porque no llegué a la segunda fase. La segunda fase trata del acercamiento, decir hola, entablar una conversación, decir algo gracioso y mientras ella ríe pedir su número de móvil y acabar el día con una cena y quizás unos besos, pero no olvidar que soy yo, y a mí algo siempre me perturba la mente.

En efecto, algo me perturbó la mente, ella, cómo no, mi chica de anoche, la eterna chica de anoche, esa mujer que nunca veo, que no quiso tomar café conmigo, esa mujer que seguramente nunca querrá saber como soy, esa mujer por la que desespero y que no sabe cuál es el motivo de mi obsesión por ella. Mientras miraba a la chica de rojo ella volvió a aparecer y con ella la calma, la paz y la quietud, volvieron sus ojos pequeños y las metáforas de amor que surgían de mi mente como un torrente, la vi tan cristalina como un manantial, hice un inciso: un sorbo a mi brugal y sentí sus labios en mi cuello, como se me ruborizaba el vello, sentí las venas de mi brazos contraerse y sentí soñar, soñar despierto, un abrazo, joder, tenerla entre mis brazos y que todo desaparezca y sólo quede su ternura, sólo permanezca ella, inmutable, caliente y suave, acariciar uno de sus muslos por debajo de su vestido, y empiezo a ser lascivo y lujurioso, pero más allá del deseo carnal, tenerla a mi lado porque mi corazón parece que late más despacio, porque mi mente parece que se vuelve algo más normal, porque todo deja de ser gris y puedo ver los colores y oler el mundo, oler su belleza. Y en medio de tanto sopor imaginario desapareció como hace siempre que me viene a la mente, me deja con la miel en los labios y se marcha. Unos segundos más tarde recordé esos ojos azules que me miraban y esa sonrisa que me llamaba, volví a sonreír y me despedí de sus ojos y de los labios que probablemente me hubieran arropado toda la noche, pero preferí esperar; me di la vuelta miré al maestro José Tomas y suspiré con resignación, esperando a que el tiempo me dé la oportunidad de enamorar a la eterna chica de anoche, o al menos, de tener la ocasión de desahogarme y abrirle la caja de Pandora para que ella decida. No sé por qué, pero presiento que esta historia tendrá más capítulos………..

Continuará?

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