viernes, marzo 20, 2009

El sol se pone

El sol se pone, llegaba la noche y con ella la sospecha de que todo no había sido un sueño, de que todo había sido real, de que el adiós resonó por todas las calles y su tono de voz vibró pared por pared recorriendo aceras, subiendo escaleras hasta lo más profundo del cielo y, en lo alto, se volvió a perder como un suspiro estridente y atronador adormeciendo la noche en una calma infinita e ilegítima. Carlos paseaba por la ciudad, veía la televisión e intentaba estudiar. María seguía sonriendo, seguía viviendo. Carlos soñaba, recordaba las promesas de amor que se hicieron para siempre. María olvidaba y encontraba en otra piel lo que Carlos le dio una vez, calmaba su soledad, simplemente vivía. Carlos sobrevivía anclado en las promesas, en todo lo que fue, y ya nada es lo que era, mientras el color del día cambiaba y volvía a cambiar se perdía intentando ponerle una palabra a lo que sentía, intentando poner su cara y su corazón a los brazos que ahora abrazaban a María.

Ya nada es lo que era, todo era para siempre y el siempre pasó a ser un adiós inverosímil, una idea remota que se hizo posible con una sonrisa, un beso en la mejilla y los brazos de otro hombre. Qué clase de sortilegio, qué conjuro horrible, pensó Carlos mientras la imaginaba sintiendo los besos, el roce de unas manos que no eran suyas, y aún no lo podía creer, que el amor fuera finito, que su historia tuviera fin si nunca tuvo principio. Acostado, mirando al techo pensaba, volvía a recordar que en esa misma cama, en aquel mismo lecho que vio tanto amor se hicieron promesas que el viento rompió como rompe la calma. Apagó la luz, se tapó con la manta y se durmió, y en su sueño siguió sin creer que lo que estaba pasando, impotente, rabioso y dolido, y sabiendo que al día siguiente, cuando despertara, seguiría sin creer…


Gracias a Carlos por una historia tan bella como triste.

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